La Batalla de Carabobo y el mundo en 1821

Por Nestor Rivero

LOS DÉSPOTAS COALIGADOS

El contexto mundial en que se dio la Batalla de Carabobo de 1821 constituye un tema de utilidad para el estudioso de la historia nacional, puesto que permite aclarar circunstancias mundiales de orden político-diplomático y de reacomodos en la relación entre las grandes potencias de la época, reacomodos en medio de los cuales y con inocultable debilidad, los ejércitos patriotas llevaban adelante la contienda emancipadora contra la monarquía española.

El Libertador Simón Bolívar siempre estudio la marcha de los sucesos internacionales, tanto los del Viejo Mundo como en Norteameríca, así como en la Suramérica que aún combatía. La sabia comprensión de dicho cuadro de acercamiento y contradicciones inter-imperiales le facilitó concebir el magistral plan militar que para ese año contemplaba sendas operaciones de distracción al oeste y el este de la fuerza principal enemiga, estimar el tiempo preciso para la ruptura de hostilidades en marzo de 1821 y fijar la concentración de fuerzas republicanas entre Guanare y San Carlos de Cojedes entre mayo y junio de dicho año, para enfrentar a las fuerzas españolas al mando del General Miguel de La Torre en la batalla final del 24 de junio en la planicie de Carabobo.

El Libertador se mantuvo siempre atento a la dinámica mundial  bien mediante su correspondencia con venezolanos y neogranadinos en función consular, amigos suramericanos exiliados en Europa,  personalidades británicas, españolas y francesas que adherían la causa de la Emancipación, o bien a través de la permanente lectura de la prensa que constantemente recibía en inglés, francés o castellano, siendo un hábito que cultivó desde el inicio de su vida pública en 1810.

Austria, Prusia y Rusia, monarquías absolutistas -que junto a Inglaterra, una monarquía constitucional y parlamentaria, habían enfrentado de consuno y derrotado en junio de 1815 a Napoleón Bonaparte en Waterloo- se habían agrupado desde septiembre del año anterior en el Congreso de Viena como sus principales patrocinadoras, teniendo como su ideólogo al conde austríaco Klemen von Metternich. Aleccionadas con los radicales cambios de mentalidad a que abrió paso la Revolución Francesa y luego el Imperio Napoleónico, – que impulsó relaciones civiles a tono con los nuevos tiempos, abolición de la servidumbre, y despertar de la conciencia nacional y republicana -, dispusieron confrontar toda corriente de ideas que pusiese en duda la legitimidad del monarca absoluto y el confesionalismo religioso en el Viejo Continente.

Así, tras iniciar su Congreso en la Viena de 1814, ya constituido como “Santa Alianza”, se darán nueva cita para 1818 en Aquisgrán, reiterando sus posturas reactivas contra los movimientos caracterizados como de “Demagogos y Revolucionarios”. Cuatro años después en Verona dichas potencias, con el rechazo de Gran Bretaña, darían su reconfirmación al derecho de intervenir con las armas en países donde se viese en peligro el poder de los reyes.

Las repercusiones del tremendo sacudimiento que representó la Revolución Francesa a lo largo y ancho del Viejo Continente y más allá, no podían ser desconocidas por ningún actor político del momento. Al menos dos reivindicaciones imponía la realidad a los antiguos estamentos dominantes: uno, la sujeción de la autoridad al poder de las leyes; y dos, el arribo de la burguesía, los fabricantes, mercaderes y banqueros, al estrado donde se compartía el poder político de la sociedad “(…) los ideales de la Revolución Francesa -construidos con una importante participación popular no pudieron ser erradicados, como tampoco pudieron ser frenados los cambios que había logrado la Revolución Industrial. Las burguesías nacionales no aceptaron su desplazamiento y mantuvieron sus proyectos liberales basados en el constitucionalismo, en la igualdad de todos los ciudadanos frente a la ley y en la división del Estado en los tres poderes: ejecutivo, legislativo y judicial” (Germán, Rodas / Fuente: https://repositorio.uasb.edu.ec).

La necesidad de resguardar el orden de privilegios de que disfrutaban desde la Baja Edad Media llevó a las dinastías reinantes en la Europa conservadora a estrechar sus nexos para contener el ímpetu del nuevo movimiento político que en la misma Europa comenzaba a reclamar libertades civiles y derechos sociales en nombre del pueblo, y que organizado en los grupos carbonarios, sociedades secretas liberales, grupos de masones y otros clubes de perfil subversivo, promovieron el ciclo revolucionario que en 1820 estalló en el Piamonte y Sicilia (Italia), así como en Portugal y Grecia. Ímpetu transformador que en España tomó el poder tras el pronunciamiento de Riego y Quiroga del 1° de enero de 1820.

CONTRADICCIONES INTERIMPERIALES

Inglaterra era opuesta a los designios de la Santa Alianza ¿Qué motivaba dicha discordancia con el absolutismo? El gabinete de Londres, cuyo país había dado en 1815 el aporte material decisivo en armas, pertrechos y transporte naval para vencer a Napoleón en Waterloo, ponderaba para 1820  el mejor modo de asegurar su preponderancia en los mercados mundiales. Y sus miras e intereses en torno a las antiguas colonias españolas de América, así como en Grecia, le impelían a ponerse de parte de regímenes liberales cuyo sistema político sujetaba al monarca a un mandato constitucional, tal como venía funcionando en la propia Inglaterra desde 1688, cuando el Parlamento impuso a Guillermo III la Carta de Derechos. Así, siglo y medio de cultura política constitucional, aunado ello al liderazgo mundial adquirido por Gran Bretaña con la revolución industrial y su poderosa Armada, dieron alto grado de cohesión y respaldo interior a las políticas externas de dicha potencia, lo que entre 1820 y 1822 le permitía controvertir con holgura en cualquier mesa donde la contraparte la integrasen el Zar Alejandro I de Rusia, Francisco I de Austria, Federico Guillermo II de Prusia y Luis XVIII de Francia. De allí que mientras las potencias conservadoras se coaligaban en 1821 aspirando a la restauración del absolutismo de Fernando VII en España, Inglaterra, siguiendo su propia política exterior negaba su apoyo al derrocamiento armado del liberalismo triunfante en la Península y, de otra parte, daba su aquiescencia al traslado de voluntarios europeos, así como a las contratas de armas, pertrechos y vestuarios a favor de los ejércitos que, en Hispanoamérica, bajo la conducción de José de San Martín y Simón Bolívar luchaban por la independencia de sus territorios, con el propósito de crear la Patria Grande.

SANTA ALIANZA Y GUERRAS DE INDEPENDENCIA DE LA ÉPOCA

El centro de interés de las metrópolis absolutistas de Europa, como ya se ha dicho, era el aseguramiento de la paz interior en los viejos imperios y monarquías, desde la Península Ibérica hasta la Rusia zarista, así como el designio de prevenir cualquier estallido popular en la Francia postnapoleónica, que pusiese en riesgo la estabilidad de Luis XVIII. De este modo 1821 se inaugura con la inquietante novedad para las dinastías reinantes, de que en España ha triunfado la Revolución Liberal liderada por los coroneles Rafael del Riego y Antonio Quiroga. En el primer momento la “Alianza” no decide  organizar la intervención militar contra la patria de Cervantes, debido a que se desconocía la magnitud del pronunciamiento de Riego y Quiroga, así como por la objeción de Inglaterra. Desde Aquisgrán el Reino Unido se había manifestado adverso al sofocamiento de gobiernos liberales en Europa y otras regiones del mundo mediante invasiones armadas. Ello constituyó buen disuasivo a las apetencias de las potencias ultramonárquicas coaligadas desde las Guerras Napoleónicas, para proceder militarmente contra el gobierno liberal hispano, puesto que el control de los mares que ejercían las flotas británicas era indisputable. Téngase además en cuenta que la hegemonía británica se sustentaba a su vez en otro factor no menos decisivo que el de sus navíos armados: la fortaleza de su economía productiva, comercial y financiera derivada de la Revolución Industrial, cuya cuna precisamente se encontraba en las islas británicas.

Y en medio de estas contradicciones, magnificadas ante el peligro que representaba el “mal ejemplo” de la Revolución Francesa de 1789 para los pueblos que en distintos territorios del mundo se encontraban en condición colonial y sometidos al régimen feudal, comienza la configuración de corrientes liberales, nacionales y pro-independizadoras. Dichas corrientes tuvieron en la América Latina y el Caribe de finales del siglo XVIII, su principal figura en el caraqueño Francisco de Miranda, inspirador de la generación de los Libertadores del siglo XIX suramericano.

Si bien desde 1791 Haití había iniciado su Guerra Emancipadora frente a su metrópoli, Francia, será en 1804 cuando su jefe militar Jean-Jacques Dessalines proclama la Independencia de dicha porción de la isla La Española. En todo caso, iniciado el proceso de Independencia de Venezuela el 19 de abril de 1810 y culminada la contienda en su fase de medición de grandes ejércitos con la jornada de Carabobo de 1821, puede decirse que el corte de período de ese día abrió de forma muy clara al Libertador el horizonte continental de su misión: asegurar el sur de Nueva Granada, liberar e integrar a la Gran Colombia el Ecuador y pasar al Perú para expulsar al último gran ejército español anclado en Suramérica, permitiéndose de seguidas concretar la invitación a los países recién independizados en esa tercera década del siglo XIX, al Congreso Anfictiónico de Panamá.

Y en toda circunstancia nuestro Libertador Simón Bolívar mantuvo la mirada que atiende los sucesos allende los océanos, ponderó contradicciones inter-imperiales y la querella mundialentre fuerzas conservadoras y anticoloniales hasta en el sueño de la gran “República de Naciones” que debía darse cita en el Itsmo de Panamá.

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