Origen del Mejor General del Ejercito Unido Libertador. Sucre, El General que vivió de Prisa.

Por: Ing. Yehudah Daniel Shurun Levy, Coordinador de Investigación y Pensamientos Sucrista de la Fundación Sucre.

Rencontrando las Raíces de la Familia Sucre.

Como es evidente los Sucre fueron una familia de hidalguía conocida, afianzaron su gloria en del Sur de Francia; de una rama familiar que había retoñado en Flandes – Bélgica, pasando posteriormente uno de ellos a tierras americanas a comienzos del siglo XVIII, y quien llegaría a ser Gobernador de la Nueva Andalucía (Cumaná) don Carlos de Sucre Garrido y Pardo, siendo este hijo de Charles Adrianne de Sucre y D’Ives, llamado el Marqués de Preux, por su origen en Flandes y Buenaventura Carolina Isabel Garrido y Pardo, originaria de España.

Nacido en Cumaná, capital de la Provincia de la Nueva Andalucía en Tierra Firme (Venezuela – actual Edo. Sucre), el 03 de febrero de 1795, bautizado con el nombre de Antonio Joseph Francisco de Sucre y Alcalá, quien a futuro seria conocido como Gran Mariscal de Ayacucho. Fueron sus padres el entonces teniente de los Ejércitos Reales don Vicente de Sucre y Urbaneja, quien más tarde seria ascendido al grado militar de coronel de Republica y prócer de la Independencia; y su madre doña María Manuela de Alcalá y Sánchez, cumaneses ambos, pertenecientes a distintas familias arraigadas en el oriente venezolano desde varias generaciones.

Eran una familia militar por tradición y dedicados al estudio de la honrosa carrera de las armas, por lo cual demostró inclinación desde muy niño. También lo demostraban los varones de la familia Alcalá – oriunda de Aragón en España – los cuales tenían vocación castrense, en tanto que las damas de la estirpe descollaban por su piedad y su belleza.

La madre de Antonio Joseph Francisco de Sucre y Alcalá falleció cuando apenas contaba éste con 7 años de edad. Don Vicente su padre, contrajo en 1803 nuevas nupcias con doña Narcisa Márquez, de quien atendió a los 9 hijos (6 varones y 3 niñas) habidos por aquél, don Vicente, de su primer matrimonio y a otros tantos que procreó del segundo.

De los hermanos Sucre-Alcalá, seis perecieron trágicamente durante las guerras de independencia. Antonio Joseph – a quien solían llamar Antoñito los suyos – se caracterizaba por ser un niño reflexivo y afectuoso, manifestando siempre un gran amor por sus hermanos, tanto los del primero como los del segundo matrimonio del coronel Sucre, lo mismo que hacían sus tíos y demás parientes.

El sentimiento familiar tan arraigado en él, demuestra el fino temple de su alma, y da testimonio de la excelente educación que recibió de sus padres en sus primeros años de vida. Demostró ser un niño en verdad precoz, avanzado a su tiempo y circunstancias. Antonio Joseph, bien hubiera podido hacer suya la divisa del primitivo escudo de los Sucre originarios de Francia, ”Audaces Fortuna Juvat”: La Fortuna Favorece a los Valientes. Ciertamente, la fortuna favoreció en él a la audacia, pero era una audacia mesurada, temperada, por la reflexión, y encaminada a lograr nobles objetivos.

En Cumaná, su pueblo natal, aprendió las primeras letras y amplió sus conocimientos como solo él sabría hacerlo, en aquella época, siendo un niño destinado a la carrera militar. Las matemáticas, el dibujo de mapas, la física principalmente formó su mente, a la vez que la equitación, la esgrima y la práctica de los deberes militares como cadete de la Compañía de Húsares de Cumaná, que comandaba su padre, fortalecieron su cuerpo y le habituaron a una severa disciplina. Muy pronto habría de lanzarse el adolescente a la acción; y haciendo, como muchos seres superiores que le antecedieron, iba a aprender. En Julio de 1810, la Junta de Cumaná asciende al cadete de 15 años, al grado de Subteniente de Infantería; Poco después en agosto de ese mismo año, es incorporado mediante despacho expedido en caracas, al Cuerpo de Ingenieros Militares. Rápidos son sus progresos, pues en mayo de 1811 se desempeña como comandante de esa Arma en la isla de Margarita y a mediados de ese año es ascendido a teniente, contaba Sucre con apenas 16 años de vida. En 1812 desempeñó en Barcelona, actualmente estado Anzoátegui, la Comandancia de Artillería. A pesar de su juventud, era un oficial de los llamados facultativos, capaces de pelear con valor y de organizar también un cuerpo de tropa para conducirlo al combate triunfando a su cabeza.

La caída de la primera república abrió un paréntesis en su carrera militar. Para esa época en diciembre de 1812, recibió del caballeroso Gobernador Emeterio Ureña, quien fuese nombrado en el cargo por el jefe realista Domingo de Monteverde, un pasaporte para dirigirse a la isla Trinidad, entonces en posesión del imperio británico. De su uso se desconocen evidencias, y permanece en el tiempo como un acto cortesía entre caballeros. En todo caso, cuando el General Santiago Mariño y un puñado de valientes que desde el islote de Chacachacare, vecino a aquella isla, habían emprendido en enero de 1813 la lucha por la libertad del Oriente de Venezuela, llegando con éxito a la región de Cumaná. Sucre al tener noticia, abandona su refugio en las montañas cercanas y se reincorpora a la lucha.

Durante los años siguientes, al lado de Mariño, sobre todo, Sucre será un eficaz auxiliar, un oficial tan activo y valeroso en el campo de batalla, como reflexivo y consumado estratega en las mesas del Estado Mayor. Así en 1813 comanda un batallón de zapadores en el asedio a Cumaná, hasta la liberación de la plaza; en febrero de 1814 será el primer edecán del General Mariño, jefe Supremo del Oriente; en septiembre del mismo año, luego de haberse batido en reñidas acciones, entre ellas la rota de Aragua de Barcelona, ejerce las funciones de jefe de Estado Mayor de la división del General Bermúdez.

Se halla en los campos de Maturín y Úrica, y al triunfar los realistas en esta última batalla, que sella por el momento el destino de Venezuela en aquel entonces, busca asilo en las Antillas neutrales, de donde logra pasar a Cartagena de Indias. En esta plaza, durante el largo sitio a que le somete el General Morillo en 1815, Sucre participa como ingeniero Militar en la organización y fortalecimiento de las defensas, al lado del también ingeniero Lino de Pombo, quien deja evidencia de una de las más tempranas descripciones de Sucre que se conozcan, cito:

“…un joven venezolano de nariz bien perfilada, tez blanca y cabellos negros, ojo observador, talla mediana y pocas carnes, modales finos y modestos…”

Así era el hombre que, en diciembre de 1815, cerca ya de los 21 años, logró salir con las fuerzas que evacuaron a Cartagena cuando ya no había medios humanos con que defenderla; pasó a las Antillas –se presume pudo haber estado en Haití, sin embargo, no se conoce con certeza de tal visita– regresando posteriormente a la región oriental de Venezuela para proseguir la lucha junto al General Mariño. Como anécdota, la carrera del joven cumanés estuvo a punto de quedar trágicamente truncada por aquel entonces, pues mientras navegaba en una débil barca desde la isla de Trinidad –su última etapa en las Antillas– hasta las costas de Paria, actual estado Sucre, una tempestad le hizo naufragar; sin embargo, la vida le sonrió al ser rescatado por dos pescadores humildes y sencillos que acudieron en su ayuda.

En septiembre de 1816 el entonces teniente coronel Sucre comandaba junto al General Mariño el Batallón Colombia, para diciembre de ese mismo año ya ostentaba el grado de coronel, que le fuere refrendado el 6 de agosto de 1817 por el Libertador. Durante los meses finales de 1816 y primeros del próximo, Sucre tomó parte activa en el asedio a Cumaná, provincia de la cual llego a desempeñar la Comandancia General por designación de Mariño.

Pero cuando el Libertador se dirigió a Guayana, e hizo de esta región su principal teatro de operaciones, Sucre, lo mismo que Urdaneta, Bermúdez, Valdez y muchos otros valientes, decidieron seguirle y participar en la liberación de Angostura, hoy Ciudad Bolívar, quien el mismo Libertador llamase en sus escritos la Capital de Venezuela, y de Guayana la antigua. El 4 de septiembre de 1817, el Libertador le confiere a Sucre, el mando del Batallón Orinoco de nueva creación, y el 19 de ese mismo mes le nombró Gobernador de Guayana la antigua y comandante General del Departamento del Bajo Orinoco, de nueva creación. Con él compartieron responsabilidades su hermano José Jerónimo de Sucre y Alcalá, quien llegase a ser coronel y que para ese entonces era Mayor, así como su padre el coronel Vicente de Sucre.

El Libertador, que había calibrado ya el temple moral y la capacidad intelectual de Antonio Joseph Francisco de Sucre y Alcalá, le confió muy pronto, en octubre de 1817, una delicada misión:

“…la de cooperar con el General Bermúdez para cortar las disensiones en que se había visto envuelto el General Mariño a raíz del Congreso de Cariaco…”.

Tanta era la confianza que Bolívar depositaba en aquel entonces sobre los hombros de Sucre, su compañero de armas e ideales, que en las instrucciones que le dio, expresaba la siguiente:

“…Si Ud. no cree que sea útil a la Republica su comisión, esta Ud. autorizado para suspenderla y no dar curso a la referida orden…”

Es decir, dejaba el Libertador al criterio de Sucre el cumplir o no una orden que él, Bolívar, le daba a Sucre, por su puesto éste la cumplió como todo un caballero de manera admirable. Se entrevistó con el General Mariño, y la difícil situación quedó zanjada de un modo satisfactorio para la causa republicana.

Desde octubre de 1817, hasta fines de 1819, Sucre guerreó en el Oriente de Venezuela bajo las órdenes del General Bermúdez, como jefe de Estado Mayor de su Ejército. Fueron años de intensa experiencia sin resultados decisivos en la contienda. Para 1819 el vicepresidente de la entonces constituida Gran Colombia Francisco Antonia Zea, le asciende –en ausencia de Bolívar– al grado de General de Brigada, el mismo que el Libertador le refrendara tiempo después en su entrevista en pleno Orinoco, a fines de ese año. En 1820, Bolívar le confía la importante misión de trasladarse a las Antillas neutrales, bien provisto de recursos para la adquisición de armamento para el Ejército, zarpando desde el Orinoco el 8 de mayo, y regresando el 15 de abril de ese mismo año, con 4000 fusiles, además de municiones y otros elementos de guerra, que resultaron valiosos instrumentos para el triunfo de Carabobo. “Sucre cumplió con actividad y eficiencia…”, le decía por entonces Bolívar a Santander, lo que seguramente despertó aún más las intrigas en su contra.

Tales actividades y demostrada eficiencia le valieron para ser nombrado ministro de Guerra y Marina interino, el 27 de septiembre de 1820 a causa de una enfermedad que aquejaba a Briceño Méndez, funciones que desempeñó con éxito hasta finales de ese año, junto a los de jefe del Estado Mayor General Libertador, que le fueran encomendadas por Bolívar a mediados de noviembre. Su capacidad de trabajo y la amplitud de sus conocimientos castrenses le eran extraordinarias, para aquel joven oficial. Fue entonces cuando Bolívar dijo de él:

“…Es uno de los mejores oficiales del Ejército; reúne los conocimientos profesionales de Soublette, el bondadoso carácter de Briceño, el talento de Santander y la actividad de Salom; por extraño que parezca, no se le conoce ni se sospechan sus aptitudes. Estoy resuelto a sacarle a la luz, persuadido de que algún día me rivalizará…”

Es un hermoso y justiciero elogio de Sucre, que revierte a la vez sobre quien lo pronunció. Bolívar veía ya desde entonces, en el joven cumanés, un verdadero hijo espiritual, el vástago que le había negado la carne. Sentimiento bien correspondido por Sucre. En noviembre de 1820, éste hubo de dar pruebas una vez más de su habilidad diplomática al negociar, en compañía de Pedro Briceño Méndez y José Gabriel Pérez, con los comisionados realistas un tratado de Armisticio y otro de Regulación de la Guerra – propuesto este último por el Libertador – que culminaron con el histórico, aunque efímero abrazo de Santa Ana entre los Generales Bolívar y Morillo. Por aquellos días, el pueblo de la provincia de Cumaná había elegido a Sucre como Diputado al Congreso de Cúcuta; pero él no tuvo oportunidad de asistir al mismo; su destino lo llamaba hacia el sur.

En enero de 1821, el Libertador y Sucre se hallaban en Bogotá. El segundo recibió el mando del Ejército de Popayán, para someter a Pasto y liberar a Quito, o pasar por mar a Guayaquil. El 17 de enero Sucre estaba en Neiva, y el 24 de ese mismo mes en Popayán, de donde paso a Mercaderes y al Trapiche, para regresar luego a Popayán. A comienzos de abril se embarcó con 300 hombres a bordo de la nave llamada Ana en la bahía de Buenaventura y en un mes después estaba en Guayaquil. Allí, de acuerdo con la junta que presidia José Joaquín de Olmedo, preparo la ofensiva, y avanzo sobre Quito. Triunfador en Yaguachi el 15 de agosto, resultó vencido en los campos de Huachi, cerca de Ambato, el 12 de septiembre y hubo de retroceder. Esta fue en verdad, la única derrota que como General en jefe del Ejército sufrió Sucre, quien recibió fuertes contusiones en la acción.

A comienzos de 1822, luego de haber reorganizado el Ejército y de haberlo aumentado con refuerzos llegados de la Gran Colombia y del Perú, éstos últimos al mando del coronel y luego General Andrés de Santa Cruz, Sucre retoma la ofensiva, mientras Bolívar acometía a Pasto desde el norte. Las fuerzas unidas, al mando de Sucre, pasaron por Cuenca y Alausí, rechazando el 21 de abril a la caballería realista, y avanzando por Ambato, Latacunga y Chillogallo hasta situarse al norte de Quito, donde se dio el 24 de mayo de 1822, la batalla de Pichincha, con la cual Sucre decidió la libertad del Ecuador. Ascendido por Bolívar a General de División el 18 de junio de ese mismo año, Sucre ejercerá durante varios meses, en Quito, la Comandancia General e Intendencia del Departamento del Ecuador, incorporado a Colombia la Grande. Su progresista labor en la promoción de instituciones benéficas, de la justicia, la educación, el periodismo, le granjeaban en afecto general. Sucre, dice Bolívar:

“…Se ha llenado de gloria y se ha hecho adorar por estos pueblos…”

Es entonces cuando conoce a su futura esposa, Mariana Carcelén, Marquesa de Solanda. En noviembre de 1822 ha de ponerse en campaña de nuevo, esta vez contra los rebelados pastusos, a quienes vence, tras una difícil campaña, hasta entrar en Pasto a fines de ese año. De allí regresó a Quito en enero de 1823, y pocos meses después a Guayaquil con el Libertador.

La guerra no había concluido en América del Sur. Un poderoso Ejército español, regido por aguerridos Generales, amenazaba la independencia que los patriotas peruanos habían proclamado el 28 de julio de 1821 bajo la égida del General José de San Martin. En tierras del Perú habría de decidirse el destino de la emancipación hispanoamericana, y hacia el Callao zarpó el General Sucre el 14 de abril de 1823.

Bolívar lo había investido con el mando de las fuerzas auxiliares gran colombianas que ya se hallaban en el Perú, y tenía también el carácter de Comisionado ante el Gobierno de Lima. Era, a la vez, un militar y un diplomático. Llegó en mayo y prontamente se vio en grave situación por el avance de las posiciones realistas hacia Lima, que fue ocupada por algún tiempo, por los desacuerdos políticos en el campo republicano y por el desafortunado resultado de la expedición a intermedios, donde las fuerzas de Sucre y las de Santa Cruz no lograron coordinar sus operaciones. Durante esos meses difíciles, los mejores espíritus andaban desorientados. Ni siquiera la llegada del Libertador en septiembre logró al principio conjurar la crisis. Todo parecía tambalearse. Las divergencias se agudizaron.

Lima y el Callao cayeron en manos de los realistas a comienzos de 1824. Entonces, lamentablemente al principio, y luego con mayor impulso, se inició desde Trujillo la recuperación. Al frente de un núcleo de patriotas civiles y militares, nativos unos del Perú-Unánue, Sánchez Gorrión, Gamarra, y otros venidos de todos los ángulos de Sur América: Lara, Córdova, Heres, Silva, Necochea, Sander, Miller y Bolívar, entre muchos otros; preparó la campaña decisiva. A su lado, el primero, Antonio Joseph de Sucre, a quien el Libertador le hubiere escrito:

“…Ruego a Ud. Mi querido General, que me ayude con toda su alma a formar y a llevar a cabo nuestros planes…”.

Así fue. Aquel General de 29 años se mostró como el brazo derecho del Libertador, activo, previsor, incansable. Por tres veces atravesó la tremenda barrera de los Andes, sin que le amedrentasen ni la dureza del clima ni lo áspero de los caminos. Así pudo llegar al Ejército Unido a Cerro de Pasco a comienzos de agosto de 1824, y los jinetes republicanos vencieron el día 6, en Junín, a la caballería del General Canterac. Aun cuando Sucre no participo directamente en la acción, pues se hallaba con la infantería, bien puede decirse que esa victoria era fruto, tanto de los valientes que allí combatieron, como de los jefes que habían sabido crear aquella estupenda máquina de guerra: Bolívar y Sucre en primerísimo lugar. Después de Junín, el Liberador le ordeno al más conspicuo de sus tenientes que reorganizase las comunicaciones, a fin de preparar al Ejército Unido para el empuje definitivo. Sucre cumplió la misión con quien era: “el General del Soldado”, y solo después de cumplida se permitió presentarle al Libertador un digno y cometido reclamo. Pronto quedo desvanecido el pasajero malentendido, cuyo único resultado fue el de revelar mejor, ante la posteridad, los altos quilates anímicos de uno y otro. Cuando a comienzos de octubre de 1824, el Libertador decidió concentrar su esfuerzo sobre la región costera, Sucre quedo en la sierra como General en jefe del Ejército Unido, facultado en forma amplia para actuar como creyera conveniente, ofensiva o defensivamente, según las circunstancias. El General cumanés deseaba pasar al ataque; los jefes realistas por su parte, decidieron salir también a su encuentro. Después de varias semanas de una guerra de movimientos llevada a cabo de forma muy metódica y serena por Sucre, a pesar que alguna vez los españoles lograron interponerse entre él y la costa, se produjo el 3 de diciembre la acción de Matará o Colpahuaico un combate de retaguardia, donde llevaron ventaja los realistas. Pocos días después, el 9 de diciembre de 1824, se dio la batalla decisiva en Ayacucho, no solo por la independencia de Perú, sino de toda América del Sur.

El triunfo de Sucre y el de todos sus compañeros de armas, puso fin a todo el dominio continental de España. La guerra había concluido, de hecho, en Hispanoamérica. En buena lid se había ganado Sucre, a los 30 años, el título de Gran Mariscal de Ayacucho, con que lo conoce la posteridad. Lo que siguió fue una marcha triunfal. A fines de diciembre, Sucre entraba en Cuzco. En febrero de 1825 llegaba a la Paz, donde dictó el día 9 el decreto convocando una Asamblea Constituyente.

Pasó luego a Oruro, a Potosí, a Chuquisaca, en todas partes era recibido como un héroe. Creada la República de Bolivia, fue elegido su primer presidente el 26 de mayo de 1826: gobernó con prudencia, patriotismo, magnanimidad y desprendimiento ejemplares, demostró poseer tantas dotes de administrador como de militar. Fue, como siempre, humano, noble, generoso, no solo con sus amigos, sino también con quienes le adversaban.

Se había propuesto gobernar hasta 1828. La crisis política de abril de ese año, y las inicuas heridas recibidas al sofocar el motín cuartelario de Chuquisaca, no hicieron sino confirmarle en su decisión. El 2 de agosto presenta su mensaje al Congreso de Bolivia, y emprende el regreso a Quito, a donde llega a fines de septiembre. Allí se reúne con su esposa, la Marquesa de Solanda, con quien había contraído matrimonio por poder, desde Bolivia, unos meses atrás. Poco dura ese paréntesis de sosegada vida familiar. Su deber le llama de nuevo al sur del Ecuador a comienzos de 1829, pues la locura parece haberse adueñado de América y por todas partes ondean los negros crespones de las luchas fratricidas, de entre las cuales sabe Sucre salir inmaculado para brindarnos a todos una lección: “La victoria nos da derechos, entre hermanos”.

Restablecida la paz, Sucre, que en julio de ese mismo año había sentido la alegría de tener en sus brazos a su única hija, Teresa, de infortunado destino sale hacia Bogotá, pues ha sido elegido Diputado al Congreso Constituyente que abre sus sesiones en enero de 1830. Allí se esfuerza por mantener la unidad de Colombia la Grande, herida de muerte. Acepta partir en misión hacia Venezuela donde soplan vientos de fronda separatista; pero las entrevistas que sostiene en Cúcuta con su antiguo jefe, Santiago Mariño, en abril, no conducen a ningún acuerdo. Sucre, desilusionado, regresa a Bogotá, y el 13 de mayo emprende la marcha hacia Quito. En una de sus últimas cartas recomienda moderación y prudencia, para que los americanos: “…se entiendan con calma y sin ruidos de guerras…”. Mientras él pensaba y actuaba así, otros afilaban los puñales en la sombra.

El 4 de junio de 1830, acompañado de unos pocos criados, Sucre cruzaba las densas selvas de la montaña de Berruecos, en el Sur de la actual Colombia. Pensaba, talvez, en su esposa y su hija, mientras el caballo seguía a paso vivo por el sendero, o reflexionaba acaso en los problemas de la República de  Colombia, en vías entonces de disolución. Nunca podremos saberlo. De repente algo brillo en los arbustos, al borde del camino, y varios estampidos estallaron. El jinete se levantó sobre los estribos y cayo pesadamente al suelo, mientras el caballo, asustado, huía, y otro tanto hacían los servidores. Antonio Joseph Francisco de Sucre y Alcalá, había sido vilmente asesinado, cuando contaba 35 años.

La noticia del crimen se extendió como reguero de pólvora, y llego hasta Bolívar, quien se hallaba entonces en Cartagena. Entre las amarguras que el destino le tenía reservada en sus postreros meses de vida, ninguna más cruel y dolorosa que el trágico fin de Sucre:

“… ¡Gran Dios, han matado al Abel de Colombia!”

Había muerto, en efecto, el único hombre capaz de adelantar en bien de la América, la tarea de estabilización política que había emprendido el Libertador, después de haberse concluido las campañas de guerras. La carrera militar de Antonio Joseph Francisco de Sucre y Alcalá, es una de las más brillantes y más meritorias que pueden encontrarse en todas las épocas y en todos los países. Como paradigma moral, su figura hallará difícilmente parangón.


Referencias

Archivo de Sucre. (1975-1995). Caracas, Banco de Venezuela.

Boulton, Alfredo. (1959) Miranda, Bolívar y Sucre.  Tres estudios iconográficos. Caracas, Italgráfica.

Bolívar, Simón. (1825). Resumen sucinto de la vida del general Sucre. Lima.

Grisanti, Ángel. (1969). Vida ejemplar del Gran Mariscal de Ayacucho. 2da. Ed.). Caracas, Comandancia General de la Marina.

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