Por Alexander Torres Iriarte (*)
Ahora celebramos dos siglos de una acometida que confirma que aquel sujeto menudo fue un auténtico conductor de pueblos. Es muy significativo tomar en cuenta las palabras mismas del Libertador para justipreciar -desde la mirada de un actor excepcional- lo acontecido aquel memorable día. Es oportuno acotar que un Parte es una modalidad de escrito contentivo de alguna comunicación oficial, que por su naturaleza podría ser una notificación disciplinaria o castrense, siendo este último el tipo más conocido. El Parte de la Batalla de Carabobo es unimportante documento firmado por Simón Bolívar en Valencia, el 25 de junio de 1821, dirigido al Vicepresidente de Colombia. Empieza esta joya de antología haciendo una afirmación que corrobora la visión esclarecida del Hombre de las Dificultades: “Ayer se ha confirmado con una espléndida victoria el nacimiento político de la República de Colombia”. Aseveración que despeja cualquier duda sobre el carácter estratégico y unionista del líder solar.
Agarraba impulso la Campaña del Sur que llevaría lo mejor de Nuestramérica a desalojar totalmente, en Ayacucho a menos de un lustro, a los usurpadores del Continente de la Esperanza. A renglón seguido, en su Parte, cuenta Bolívar el preámbulo de la revuelta, mencionando la salida de Tinaquillo horas antes y explicando la estructura de las divisiones del Ejército Libertador. Narra la extenuante jornada por los montes y desfiladeros que alejaban los amantes de la Independencia de sus adversarios, estando inicialmente los revolucionarios en desventaja contra el enemigo mortal. Destaca la figura de José Antonio Páez. Subraya la categoría de la hazaña donde murieron Manuel Cedeño y Ambrosio Plaza, no obstante su balance es positivo. Cierra Bolívar emplazando al cuerpo legislativo a nombre de los que apostaron sus fuerzas físicas y espirituales contra el colonialismo español a un “homenaje de un ejército rendido, el más grande y más hermoso que ha hecho armas en Colombia en un campo de batalla”.
El unionismo constante
Cualquier valoración sobre la significación histórica de la Campaña de Carabobo no se puede quedar sólo en los aspectos tácticos de la reyerta y mucho menos en la dimensión local del acontecimiento. Circunscribir el fenómeno del que ahora celebramos su bicentenario a una acto únicamente bélico -esto lo decimos sin ningún menoscabo a su importancia militar, a fin de cuentas fue eso, una Campaña-, a la vez de creer que su trascendencia estuvo sólo acotada a la liberación venezolana, es perder de vista la concepción geoestratégica de Simón Bolívar y el carácter internacional de nuestra Guerra Magna.
Una mirada atenta demuestra que Simón Bolívar fue un unionista convencido. El tesón por libertar con su pluma y su espada fue inseparable de la idea de la coalición. No tener amos y permanecer juntos para vencer cualquier pretensión colonialista viniera de donde viniera, era su profesión de fe, resumida en su noción del “Equilibrio del universo”. Ante las fuerzas disgregadoras internas en combinación con el intervencionismo extraño, Bolívar llamó a cerrar fila como apuesta de triunfo permanente.
Desde temprano El Libertador asentó posición sobre su unionismo sincero, como lo puso en evidencia su germinal juramento en el Monte Sacro en 1805, que si bien imploraba por el rompimiento del yugo extranjero, reclamaba una emancipación colectiva. En otro documento pocas veces comentado, fechado el 15 de septiembre de 1810, publicadoen el Morning Chronicle de Londres, Bolívar afirmaba: “El día, que no está lejos, en que los venezolanos se convenzan de que el deseo que demuestran de sostener relaciones pacíficas con la metrópoli, sus sacrificios pecuniarios, en fin, no les hayan merecido el respeto ni la gratitud a que creen tener derecho, alzarán definitivamente la bandera de la Independencia…Tampoco descuidarán de invitar a todos los pueblos de América a que se unan en Confederación”.
En este sentido fue emblemático su llamado de atención ante una petición temerosa del Congreso de 1811, que dudaba sobre el camino emancipatorio: “Pongamos sin temor la piedra fundamental de la libertad sudamericana”, exhortaba.
El esfuerzo de ocho duros años -1811 hasta 1819-, se puede decir, que con algunos matices a razón del contexto específico, El Libertador hizo gala de razones a favor de la unión como vía regia a la edificación republicana. La existencia de una Europa expoliadora y esclavista y la de una España ejecutora de una “guerra de exterminio”, fueron expresiones recurrentes en sus centenares de papeles doctrinarios y circunstanciales. Desde su Manifiesto de Cartagena de 1812, pasando por su Carta de Jamaica de 1815 y el Discurso ante el Congreso de Angostura de 1819, hasta sus últimos votos, defendió Bolívar la tesis que sólo mancomunando esfuerzos es que se podía alcanzar la emancipación. En junio de 1818, en carta al Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata, Juan Pueyrredón reiteraba que “una sola debe ser la Patria de todos los americanos, ya que en todo vemos una perfecta unidad”.
Si convenimos sobre la demanda de una América unida, concebida “como madre de las repúblicas, la más grande nación de la tierra”en Bolívar, entonces ¿Cuál es la importancia de la Campaña de Carabobo en el marco de nuestras luchas soberanas en general y en su pensamiento político en específico?
Si para 1811 el gran problema que tenían los revolucionarios era la Independencia, una década después el punto crítico era desatar a nuestros hermanos y posteriormente mantenerlos juntos, y así lo entendió el Libertador desde el principio. Fue Bolívar el artesano de una tentativa que por utópica era hermosa, pero bastante difícil. Nació el “alfarero de repúblicas”, un auténtico estadista. Y esta novedad histórica comenzó en el campo de Carabobo con la “espléndida victoria” de un ejército diverso, social, sexual, cultural, regional, nacional e internacionalmente.
En el sur
¿Y si hacemos una especie de línea de tiempo después de la Campaña de Carabobo, redundamos acaso en qué su proceder fue más allá del vistazo parroquial de algunos de su seguidores y hermanos de armas?
Para comienzos de 1822 Simón Bolívar estuvo en Popayán.El 7 de abril derrotó a los realistas en Bomboná, libertando así la provincia de Pasto. En esta acometida Simón Bolívar -escenificada cerca del volcán Galeras en el actual Departamento de Nariño, de la actual Colombia- alcanzaba su determinación: doblegar Pasto y controlar a Quito, población que había gritado vivas a Fernando VII. Para concretar tan valioso plan dividió las tropas. Mientras el general Antonio José de Sucre tomaba por la ruta marítima a Guayaquil, Simón Bolívar se enrumbaba desde Popayán con más de dos mil efectivos sobre Pasto, ese “sepulcro nato” para los partidarios de la causa independentista. Detener las grandes fuerzas auxiliares realistas que podían aplastar el ejército comandado por Sucre fue su mejor resultado. La vía entre Quito y Bogotá estaba franca. La fracción monárquica era fulminada, el resto de los realistas se encontraban aislados de España en la Sierra Baja peruana y en el Alto Perú. La salida era la capitulación.
El 24 de mayo de 1822, Sucre triunfaba en Pichincha rompiendo las amarras del Ecuador. El 16 de junio el Libertador entraba a Quito. Era recibido con extraordinaria aclamación. Al mes Bolívar, en cumplimiento de sus deberes como Presidente Constitucional, decretaba la incorporación de Guayaquil a Colombia
En sus incansables planes Bolívar estaba en Pasto el 3 de enero de 1823. Como muestra de su agitada vida política en búsqueda de la liberación del sur se embarcó Bolívar en el bergantín Chimborazo rumbo a Perú. Sus proyectos se fueron concretando, mientras que en Venezuela se realizaba la Batalla Naval del Lago de Maracaibo.
En general ese año de 1823 fue muy decisivo para los amantes de la libertad, no sólo venezolana sino nuestroamericana. Mientras el caraqueño inmortal afianzaba sus maniobras hacia el sur, la reacción realista buscaba en territorio nacional tomar posiciones ventajosas. La llegada de Simón Bolívar al Perú el 1 de septiembre de 1823, lugar en el que se iba a mantener durante tres difíciles años, era una necesidad histórica, en virtud del panorama poco halagüeño para quienes combatía la corona. Ya como líder de los Ejércitos del Sur le tocaba parar la desintegración del Perú frenando la guerra civil. Era el momento de un Antonio José de Sucre haciendo gestiones en el Norte y de un Libertador en la costa, sitio donde los elementos naturales hicieron estragos en su endeble figura, debatiéndose entre la vida y la muerte. En la histórica Pativilca Bolívar recibió las infaustas noticias de la entrega de los castillos del Callao a los españoles, consumada el 5 de febrero de 1824 por la guarnición argentina encargada de su custodia. Ésto y la lamentable pérdida del regimiento de Granaderos argentinos, el célebre conjunto organizado por José de San Martín en Mendoza, y a cuya disciplina consagró lo mejor de su vida, terminaban de empeorar su calamitoso cuadro, pero sin entregarse a la derrota. Igualmente triunfaba.
De Carabobo a Ayacucho
¿Todo terminó en el campo de Carabobo, el 24 de junio de 1821? ¿O fue el finiquito del desangradero el 24 de julio de 1823, en el Lago de Maracaibo? No, siempre hay más. Invisibilizar nuestros conflictos comunes de ayer y hoy es parte de las falacias de los historiadores procolonialistas de siempre. Hubo otros enfrentamientos que sostuvieron las facciones realistas y republicanas en el proceso de liberación de Suramérica del poder español. Esta contienda se libró en la pampa del lago Junín, en el actual departamento peruano del mismo nombre, el 6 de agosto de 1824. El general Simón Bolívar, comandante del Ejército Unido, se dispuso a atacar a las fuerzas del general José de Canterac, valiéndose de la franca desventaja del enemigo por motivo de una rebelión interna en sus filas del Alto Perú. A mediados de ese año axial Bolívar con 7.900 soldados de infantería y 1.000 de caballería se dirigió hacia la sierra central para aislar a las fuerzas al mando de Canterac. Con unos 2.700 infantes y 1.300 jinetes contaba el jefe español de origen francés. Al percibir que los leales a la Corona marchaban en retirada, el Libertador ordenó a su caballería intentar detener a los realistas mientras la infantería los alcanzaba, a lo que Canterac mandó a su caballería atacar a la vez. De esta manera, tras el primer choque, los republicanos lograron arrojar a la caballería realista hacia la llanura, donde la batalla fue más encarnizada, librada a sable y lanza únicamente. La lucha terminó en un gran triunfo para la iniciativa revolucionaria que hizo retoñar el ánimo entre las tropas independentistas. Ese lance en las llanuras de Junín tuvo ciertas peculiaridades, como fue la poca duración del mismo, ya que logró resolverse en aproximadamente una hora, además del combate “cuerpo a cuerpo”.
Las acciones bélicas contra las cadenas españolas fueron muchas y complejas. La conquista de la libertad y unión sudamericanas fue un sueño bolivariano, que puso en marcha los más arduos e interesantes empeños. En el caso específico de la Batalla de Ayacucho, dice bastante. La preparación de la contienda final para repeler las autoridades hispanas arrancó el 6 de diciembre de 1824, momento en el cual el Ejército Unido ocupaba la pampa de Ayacucho, en las zonas próximas del pueblo de Quinua, Perú. En la mañana del 9 de diciembre, los realistas iniciaron el ataque con el propósito de desbordar el ala izquierda republicana, al tiempo que las divisiones de los generales Antonio Monet y Alejandro González Villalobos, hacían tretas contra el centro y derecha del ejército comandado por Antonio José Sucre, para afectar a los insurgentes de manera simultánea. Pese al intento, los planes de los realistas fracasaron, debido al contraataque de la reserva republicana en la izquierda. Seguidamente, Sucre dio instrucciones a José María Córdoba de contraatacar a los cuerpos de Monet y González Villalobos, quienes quedaron fuera del combate. A esto se le sumaba la reserva del patriota cumanés, enfilando sus baterías, y obligando finalmente a los invasores a solicitar una capitulación que abrió la senda para la liberación del Perú y de América toda. Senda que ya se había abierto con el triunfo de la Batalla de Carabobo, como Bolívar lo pensó anticipadamente. Ayacucho nació en Carabobo.
Si alguna moraleja podemos sacar -son muchas las enseñanzas- de lo acontecido hace dos centurias, respetando por supuesto la especificidad de nuestra hora histórica, es que hoy más que nunca el unionismo bolivariano goza de gran actualidad y que Colombia -nuestro país hermano, víctima de una vetusta oligarquía en connivencia con el cipayismo proimperialista- es pieza fundamental para concretar la añorada emancipación que el Hombre de las Dificultades siempre soñó.
(*) Alexander Torres es Historiador, docente, escritor y ensayista venezolano. Actuamente es el Presidente del Centro Nacional de Historia de Venezuela.