Por José Gregorio Linares – Doctor en Historia. Profesor universitario. Militante de la academia crítica e insurgente.
No podemos permitir que los Estados Unidos participen en nuestros asuntos hispanoamericanos. Invitar a los Estados Unidos al seno de nuestra organización, donde se debate el destino de nuestros pueblos, es como invitar al gato a la fiesta de los ratones.
Simón Bolívar
Quien desee conocer acerca de la doctrina antiimperialista de Bolívar debe recurrir más a sus cartas que a sus proclamas o discursos. Allí, en la privacidad de las epístolas expresaba sus ideas más abiertamente, pues sabía que se enfrentaba a arteros y poderosos enemigos expresos y velados: España, Estados Unidos, Gran Bretaña, los criollos afectos a las potencias imperiales.
La mentalidad expansionista de Estados Unidos
En relación con EEUU, el naciente imperio del Norte,[1] Bolívar expresa desconfianza por su manifiesta codicia, y decepción por negarse a brindarnos apoyo en nuestra lucha por la independencia. Así, en correspondencia enviada a Santander, el Libertador le hace una crítica, dice que no le gustan los mensajes oficiales del Vicepresidente “porque se parecen a los del presidente de los regatones americanos. Aborrezco a esa canalla de tal modo, que no quisiera que se dijera que un colombiano hacía nada como ellos”.[2] Y en otra misiva le recomendaba “tener la mayor vigilancia sobre estos [norte] americanos que frecuentan las costas: son capaces de vender a Colombia por un real”.[3] En otra ocasión dijo: “Cuando extiendo la visión sobre este continente, veo que está a la cabeza una nación muy belicosa y capaz de todo como los Estados Unidos”.[4]
Es cierto, EEUU había sido y era “capaz de todo”. Desde su nacimiento como nación había manifestado sus ansias imperialistas y su rechazo a apoyar la independencia de las otras naciones del continente. En 1786, sólo tres años después que Gran Bretaña reconociera la independencia de Estados Unidos, uno de sus “Padres Fundadores”, Thomas Jefferson, sentenció:
Nuestra Confederación debe ser considerada como el nido desde el cual toda América, así la del Norte como la del Sur, habrá de ser poblada. Más cuidémonos de creer que interesa a este gran Continente expulsar a los españoles. Por el momento aquellos países se encuentran en las mejores manos, y sólo temo que éstas resulten demasiado débiles para mantenerlos sujetos hasta que nuestra población haya crecido lo suficiente para írselos arrebatando pedazo a pedazo.[5]
Es de destacar que este “padre fundador” siendo presidente de EEUU “rechazó toda posibilidad de concederle cualquier ayuda estatal a la organización de la expedición revolucionaria con la que Francisco de Miranda inició, en 1806, las luchas por la independencia de Hispanoamérica”[6].
Del mismo modo, en 1788 otro de los “Padres Fundadores”, Alexander Hamilton, declaró: “Podemos esperar que dentro de poco tiempo nos convirtamos en los árbitros de Europa en América, pudiendo inclinar la balanza de las luchas europeas, en esta parte del mundo, de acuerdo con lo que dicten nuestros intereses”[7].
En el mismo tenor, en 1820, el dirigente republicano y vocero de la Cámara de Representantes, Henry Clay, propone a su gobierno: “Coloquémonos a la cabeza de un nuevo Sistema Americano (…) del que seremos el centro. Toda América obrará de acuerdo con nosotros (…) Podemos con toda seguridad confiar en el espíritu de nuestros comerciantes. Los metales preciosos están en América del Sur (…) Nuestra navegación reportará los beneficios de transporte y nuestro país recibirá los beneficios mercantiles”.[8] Asimismo John Quincy Adams (1758-1831) 6° presidente de Estados Unidos (1825-1829) expresa: “Lo único que esperamos es ser dueños del mundo”.
Esta era la mentalidad de los círculos de poder estadounidense a que habría de enfrentarse, con la cautela necesaria, el Libertador. El juego diplomático de los Estados Unidos, del cual se esperaba una cierta solidaridad habida cuenta de que recientemente (en 1776) se habían liberado de su propia metrópoli colonial, consistió en hacer creer que mantenía una postura neutral, ya de por sí censurable, en el conflicto de España contra las naciones latinoamericanas. Pero en la práctica respaldó política y militarmente a España, boicoteó la lucha independentista, y estableció con los luchadores latinoamericanos una relación exclusivamente mercantil, de modo que si no pagábamos no recibíamos las armas que necesitábamos.
Boicot a la compra de armas por los patriotas (1810 en adelante)
Las relaciones entre Simón Bolívar y el gobierno de Estados Unidos fueron tensas debido a la sistemática animadversión de la Casa Blanca hacia los movimientos independentistas suramericanos. Al principio de la guerra de independencia, EEUU asumió una postura de dudosa neutralidad: “nuestros hermanos del norte se han mantenido inmóviles espectadores de esta contienda, que por su esencia es la más justay por sus resultados la más bella e importante de cuantas se han suscitado en los siglos antiguos y modernos”, les reprochó Bolívar en la Carta de Jamaica de 1815. Con el paso del tiempo EEUU no se conformó con el rol de observador neutral, sino se parcializó abiertamente a favor de los realistas, impidiendo en su territorio todo acto de solidaridad hacia los patriotas.
A propósito de las armas, su adquisición en el exterior era clave para el triunfo de los patriotas. Buena parte de los esfuerzos diplomáticos de Bolívar iban dirigidos a alcanzar este fin. Sin embargo, los Estados Unidos pusieron todo tipo de trabas para su venta a los independentistas, al mismo tiempo que las vendían libremente al gobierno español, promulgaban leyes que castigaban con multa y cárcel el comercio de armamentos con los insurgentes suramericanos. El Libertador denunció esta parcializada política exterior:
Hablo de la conducta de los Estados Unidos del Norte con respecto a los independientes del Sur y de las rigurosas leyes promulgadas con el objeto de impedir toda especie de auxilio que pudiéramos procurarnos allí. Contra la lenidad de las leyes americanas se ha visto imponer una pena de diez años de prisión y diez mil pesos de multa, que equivale a la de muerte, contra los virtuosos ciudadanos que quisiesen proteger nuestra causa, la causa de la justicia y la libertad, la causa de América.[9]
Ahora bien, esta política exterior estadounidense —la cual a primera vista contradice los postulados con que alcanzaron su propia independencia— obedece a razones imperiales. Los EEUU se habían liberado de la corona británica, pero sus razones —que no eran filosóficas sino económicas y geopolíticas— no lo impulsaban a convertirse en promotores de las independencias de las naciones suramericanas; al contrario, Tenía otros planes: someterlas y explotarlas.
La negativa de vender armas a los patriotas venezolanos y la aceptación de los pedidos de España no eran, pues, una actitud casual de las autoridades norteamericanas. Obedecía al desarrollo de una política expansionista, que entraba en contradicción con el movimiento de independencia nacional de las colonias españolas. Los gobernantes norteamericanos aspiraban a suceder a los españoles en el dominio colonial. (…) La política exterior norteamericana estaba embargada en aquellos años por la idea de la expansión de sus fronteras, a costa de los territorios vecinos, pero querían hacerlo sin provocar demasiado a las potencias europeas.[10]
En el contexto de los intentos de compra de armas hubo un episodio que Bolívar no pudo olvidar nunca. En 1810 su hermano mayor, Juan Vicente Bolívar (1781-1811), fue enviado a Washington por la Junta Suprema de Caracas (junto con Telésforo Orea y José Rafael Revenga) en representación del movimiento insurgente para demandar el reconocimiento oficial de parte de los EEUU, y comprar un lote de armas que nos permitiera continuar la lucha, lo que Juan Vicente pensaba cumplir con 70.000 pesos de su propio patrimonio. Su misión fracasó: 1º. Los Estados Unidos se declararon neutrales y, en consecuencia, no reconocieron a las nuevas naciones. 2º. Las armas que le habían prometido a la comisión que presidía Juan Vicente Bolívar fueron vendidas a los españoles, quienes ofrecieron algo más de dinero. 3º. De vuelta a la Patria, sin haber conseguido nada de lo que había ido a buscar a los EEUU, Juan Vicente muere ahogado a principios de agosto de 1811, a los treinta años de edad, cuando el bergantín San Felipe Neri donde viajaba de regreso a Venezuela naufragó entre La Florida y Las Bahamas.
La República de Florida (1817)
Otro suceso importante que caldea los ánimos entre Bolívar y el gobierno estadounidense es el relativo a la conducta asumida por los norteamericanos en ocasión de la proclamación de la República de Florida como territorio patriota venezolano arrebatado al imperio español. En efecto, el 29 de junio 1817, en una osada acción militar, un grupo de 150 hombres, en su mayoría venezolanos, desembarca y ocupa la Isla Amelia, en la costa atlántica de los Estados Unidos, y proclaman la República de Florida, con capital en Fernandina.
Tomar el control de la Florida, que pertenecía al imperio español, era una acción estratégica clave en la lucha por conquistar la victoria contra España. La Florida era un puerto vital para abastecimientos de tropas y controlaba el acceso al Caribe. Desde allí se podía vigilar la zona de tránsito marino que lleva a los principales puertos de Estados Unidos, desde donde salen y entran barcos con pertrechos y municiones para los españoles que combaten en el Continente; pero, además, La Florida constituía un punto geopolítico fundamental para los futuros planes del Libertador de liberar Cuba, las Bahamas, Puerto Rico, Guatemala, Nicaragua, Panamá; y brindar apoyo en la independencia de México. Por lo tanto, liberar a La Florida era una acción estratégica para Simón Bolívar.
Al tomar Florida los oficiales designados por Simón Bolívar (Gregorio Mc. Gregor, Pedro Gual, el General de Brigada Lino de Clemente, Juan Germán Roscio, Agustín Codazzi, Vicente Pazos) constituidos en una Junta de Gobierno Provisional, convocan a elecciones para legitimar el nuevo gobierno revolucionario que se instalaba en Florida. Conforme a los planes, designan las autoridades civiles y militares; y de inmediato se organizan para redactar la Constitución. Lino de Clemente es designado como representante diplomático de la nueva República ante el gobierno de Washington, para hacer valer los derechos de la nueva nación. Por su parte, Bolívar celebra la rebelión civil que había depuesto a los españoles y ahora se erigía como un gobierno libre y autónomo que apoyaba la independencia contra la metrópoli española.
El rechazo y la consiguiente acción negativa de parte de los Estados Unidos no se hicieron esperar. Por orden del Presidente Monroe, tropas estadounidenses desembarcan y, en diciembre de 1817, se apoderarán de la isla que tan útil era a Bolívar en sus planes por liberar el continente americano, y a la fuerza expulsaron a los patriotas. Esto fue una clara violación del derecho internacional y de la soberanía nacional del nuevo Estado. Los patriotas intentan hacer valer sus derechos. Envían notas diplomáticas donde declaran:
Ni su República (…) ni ninguna otra de Suramérica estaba en guerra con los Estados Unidos (…). Desde el momento en que tomamos a Fernandina… entramos en posesión de todos los derechos pertenecientes a nuestro enemigo [España]. (…) Profesamos muchísima veneración a vuestra Constitución para creer siquiera por un instante que ustedes, supuesto que ya estuvieran en posesión de esta isla, que nunca ha sido cedida por el Rey de España, ni por sus habitantes, a los Estados Unidos, puedan traer un tribunal competente para decidir sobre este asunto. La única ley que ustedes pueden aducir es la de la fuerza”.[11]
Posteriormente, para evitar la retaliación del Gobierno español por ese acto de arbitrariedad, ilegalidad e ilegitimidad, elaboraron un contrato de compra venta por la cantidad de 15 millones de dólares que enviaron a las autoridades españolas, para que se finiquitara el asunto de la posesión de Florida, lo cual quedó “resuelto” en 1819 con la firma del Tratado de Adams-Onís entre Estados Unidos y España. A los patriotas venezolanos, a quienes se les había arrebatado su naciente República, simplemente los ignoraron.
Campaña de prensa contra Bolívar
En los Estados Unidos se desarrolla en vida del Libertador una despiadada campaña de prensa en su contra, apoyada por las autoridades norteamericanas. Al respecto, Bedford Wilson, oficial inglés a las órdenes de Simón Bolívar, le confiesa (1827):
No he encontrado un solo norteamericano que hable bien de Usted; los papeles públicos que circulan del uno al otro extremo de los Estados Unidos sólo hacen calumniar y denigrar los actos y su reputación. Sería inútil empeñarse en contener el torrente de mentiras que se publican cada día; y si es que se presentan ocasiones de desmentirlas con los hechos, los directores de periódicos salen del apuro diciendo que ellos nada tienen que ver con los hechos, que lo importante son los principios, y siguen con la campaña de difamación.[12]
Era tan evidente la animadversión estadounidense contra Bolívar y su gesta independentista, que el procónsul Ingles en el Perú, Tomas Willimont, le escribe en Noviembre de 1826 al secretario de Estado británico la siguiente nota: “La maligna hostilidad de los yanquis hacia Bolívar es tal, que algunos de ellos llevan la animosidad al extremo de lamentar abiertamente que allí donde ha surgido un segundo Julio Cesar, no hubiera surgido aún un segundo Bruto”.
Sin embargo, Bolívar siempre deseó el apoyo de los EEUU. “Me complacería mucho esta alianza, puesto que sería ventajosa para los dos países, y porque es indispensable que los gobiernos americanos libres se reúnan con el fin de consolidar su independencia y estar así en aptitud de rechazar los esfuerzos de la tiranía”.[13] Sin embargo, la experiencia lo fue desengañando del todo.
En temprana fecha, el 25 de mayo de 1820, afirma en carta a José Rafael Revenga: “jamás conducta ha sido más infame que la de los norteamericanos con nosotros”. Posteriormente, el 23 de diciembre de 1822, desde Ibarra (Ecuador) escribe a Santander: “Cuando yo extiendo la vista sobre la América (…) hallo que está a la cabeza de su gran continente una poderosísima nación, muy rica, muy belicosa y capaz de todo”.
Tan capaz de todo fueron los EEUU que cuando en 1822 les convino reconocer la independencia de Venezuela, ante la protesta del gobierno español, contestaron en nota diplomática: “Este reconocimiento no se hace para invalidar los derechos de España, ni de impedir el uso de los medios que aún esté dispuesta a emplear para reunir aquellas provincias al resto de sus dominios”.[14]
Conclusiones
El Libertador expresa en carta dirigida a Patricio Campbell [Guayaquil, 5 de agosto de 1829.] su definitiva convicción antiimperialista. Declara: “los Estados Unidos que parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miserias a nombre de la Libertad”.
Los pueblos, que son sabios, han pintado miles de paredes desde el Río Bravo hasta la Patagonia con esta frase, porque eso es lo que han hecho los Estados Unidos del Norte a lo largo de la historia: plagar la América de miserias a nombre de la libertad.
En realidad, el antimperialismo de Bolívar es consustancial con su anticolonialismo, que enfrenta “un gobierno cuya única inclinación era la conquista”.[15] Se levantó contra España que “en la impotencia de conquistar, ejercen su maleficencia innata de destruir. Pretenden convertir la América en desierto y soledad; se han propuesto nuestro exterminio”[16] Bolívar se rebelaría, en consecuencia, contra cualquier metrópoli que persiguiera los mismos designios.
Las grandes potencias de entonces se planteaban expandir sus territorios y áreas de influencia a costa del debilitamiento de las naciones recién independizadas, con gobiernos que debían ser obsecuentes con los de los imperios. El Libertador, por el contrario, se planteó la unidad e integración de las antiguas colonias de España para enfrentar los avances imperialistas y alcanzar el “equilibrio del universo”, mediante la instauración de poderosos gobiernos independientes, única garantía de alcanzar nuestra plena soberanía.
Bolívar advirtió que si no lográbamos estos propósitos, seríamos víctimas de las potencias imperiales y nos convertiríamos en sus vasallos. Si aceptábamos esto “un nuevo coloniaje será el patrimonio que leguemos a la posteridad”.[17] Bolívar estaba resuelto a evitarlo. Nosotros, guiados por su ideario y ejemplo, no permitiremos que ninguna forma de coloniaje se asiente en nuestras naciones.
[1] “Los Estados Unidos eran entonces pequeños, formados por nada más la concha atlántica de Norteamérica que colonizaran los ingleses, con tamaño total equivalente al del Perú”, según Gerónimo Pérez Rescaniere, “Gestación de la Doctrina Monroe contra Bolívar”, Ciudad Caracas, 23 de agosto del 2015.
[2] Bolívar a Santander, Potosí, 21 de octubre de 1825.
[3] Simón Bolívar a Santander, Magdalena, 13 de junio de 1826.
[4] En Laura Inés Etcharren. América Latina: sus tradiciones populares. 2005. Documento en línea http://www.rodolfowalsh.org/article.php3?id_article=1588
[5] Thomás Jefferson a Archibald Stuart, París, 25 de enero de 1786.
[6] Luis Suárez Salazar, Las relaciones interamericanas desde la Revolución Haitiana hasta la Guerra de Secesión en EE.UU. P.P.34. Documento en línea http://biblioteca.clacso.edu.ar/clacso/formacion-virtual/20160315045202/lec2.pdf
[7] En Venezuela y las conferencias panamericanas (Tomo 1). P.14.
[8] En Venezuela y las conferencias panamericanas (Tomo 1). P.14.
[9] Carta de Bolívar a Irvine, Angostura, 20 de agosto de 1818.
[10] Guillermo García Ponce: Bolívar y las armas en la Guerra de Independencia, P. 80.
[11] Harold Bierck: Vida pública de Don Pedro Gual, Ministerio de Relaciones Exteriores de Venezuela, pp. 94-95.
[12] http://letralia.com/136/ensayo02.htm
[13] Simón Bolívar a Juan Pedro Boyer, Presidente de Haití, Angostura, 14 de agosto de 1818.
[14] Documentos para la historia de la vida pública del Libertador, compilación de José Félix Blanco y Ramón Azpúrua. vol. III, P. 608.
[15] Discurso de Angostura, 15 de febrero de 1819.
[16] Simón Bolívar, Discurso de instalación del gobierno de las Provincias Unidas, Bogotá, 23 de enero de 1815.
[17] Carta a Mariano Montilla. Guayaquil (Ecuador), 4 de agosto de 1829.