Por Oscar Rotundo*
La denominada Guerra del Pacífico, que se libró de 1879 hasta 1883, entre dos países que no eran limítrofes, Chile y Perú, muestra desde ya, la trama compleja de un conflicto que de alguna manera todavía no se ha resuelto.
En tiempos de refundación como los que vivimos en Nuestra América en este siglo XXI, las características específicas de cada combate y el temple y discernimiento de sus protagonistas dejan a los pueblos conocimientos que perduran en el tiempo.
El 14 de febrero de 1879, tropas chilenas, desembarcan en el entonces territorio boliviano de Antofagasta comenzando el conflicto bélico que cambiará la vida de los tres países y desnudará una vez más, la embestida de las potencias europeas hacia América.
El 14 de febrero de 1879 fuerzas chilenas toman por asalto el puerto boliviano de Antofagasta. Inmediatamente son tomadas la prefectura, la policía y otras instituciones estatales bolivianas.
Claves del conflicto
El químico alemán Justus von Liebig, inventor del fertilizante a base de nitrógeno en 1840, había precisado que el salitre constituía un excelente fertilizante para las deterioradas tierras europeas, avivando el interés comercial por este producto, accesible en las costas de Bolivia y el Perú.
En poco tiempo, el salitre y el guano, comienzan a ser un negocio muy rentable para las compañías anglo-chilenas que los comercializan sin retribución impositiva alguna, por el usufructo de los yacimientos a los Estados dueños.
Una de estas empresas fue la “Compañía Anónima de Salitres y Ferrocarril de Antofagasta” que, cuando “La Asamblea Nacional Constituyente, en el gobierno del Gral. Hilarión Daza, decreta mediante Artículo único: Se aprueba la transacción celebrada por el ejecutivo en 23 de noviembre de 1873 con el apoderado de la Compañía Anónima de Salitres y Ferrocarril de Antofagasta, a condición de hacer efectivo, como mínimum un impuesto de diez centavos en quintal de salitres exportados”, rechazó a través de su gerente, Mr. George Hicks la medida tomada por el gobierno, arguyendo “que la Compañía era chilena” y recurrió al amparo del gobierno de ese país, presidido por Aníbal Pinto, el cual, aprovechó la circunstancia, para darle carácter de Estado al reclamo de la empresa privada, recurriendo al argumento de que la ley impositiva de los 10 centavos, iba contra los términos del Tratado de agosto de 1874, que acordaba el compromiso de Bolivia de no imponer impuestos “sobre capitales o industrias chilenos”, amparando bajo la figura de cosa pública a una Compañía “anónima” y no estatal chilena.
Luego de transitar los vericuetos de la burocracia diplomática, las fuerzas chilenas ocupan Bolivia, sabiendo que en Antofagasta solo había una treintena de hombres de la gendarmería, sin capacidad de oponer resistencia a los armamentos modernos del ejército invasor.
Las órdenes del Comandante chileno Sotomayor eran, “la ocupación de los territorios bolivianos comprendidos entre los paralelos 23 y 24, tenía que ser pacífica, dando a las autoridades bolivianas todas las facilidades para abandonarlo”
Las tropas invasoras establecieron en el lugar su cabeza de playa, pero en realidad, su destino eran los yacimientos salitreros y guaneros que estaban en el Perú.
Inglaterra necesitaba dominar mundialmente los insumos para la fabricación de pólvoras y para la agricultura, para ser la potencia mundial que se impusiera tanto en aguas como en tierras del planeta.
Eran épocas de guerras federales en el continente, eran los tiempos del desplome y desguace de los Ejércitos Libertadores y momentos en que con la desaparición del imperio español de la escena político-militar, los buitres imperialistas británicos y franceses sangraban a las insípidas republicas, con dinero, intriga y prepotencia.
Los ilustres administradores republicanos, embelesados con la idea de pertenecer a algún imperio que limpiara las sucias botas de sus ancestros conquistadores, no dudaban en entregarlo todo por ser reconocidos y admitidos en las sociedades pulcras de la “madre” Europa.
Pero había Patriotas…
Existían muchos patriotas dispuestos a todo. Andrés Avelino Cáceres, era uno de ellos; resistió, nunca se doblegó y hasta el último momento, organizó fuerzas, para mantener viva la esperanza de una nación.
Los biógrafos expresan que sólo Bolívar demostró como él, tener tan certero golpe de vista, tan rápida intuición de las cosas y del momento, tanta espontaneidad para improvisar brillantes planes militares y admirable sencillez para ejecutarlos.
En una entrevista al conmemorarse el 42 aniversario de la Batalla de Tarapacá, al preguntársele del porqué de la derrota en la Guerra del Pacifico, el comandante Cáceres señaló tres motivos fundamentales: el técnico, el social y el político, destacando la mala organización militar, los pocos recursos bélicos y el racismo.
«La discriminación racial fue determinante. No hubo armonía cultural ni política. La falta de organización militar, de cohesión, de armonía política. Había patriotismo, había entusiasmo generoso, había valor y virtudes militares en nuestros soldados y en nuestros oficiales, pero también hubo mucha traición en los sectores pudientes», señaló, agregando, «..también hubo demasiados Generales, cuyos conocimientos y aptitudes no pudieron destacarse en la contienda, por falta de disposición de un comando totalmente politizado».
Y al consultársele si se hubiera podido ganar la guerra, respondió categóricamente «Con toda la superioridad numérica y armamentística del ejército chileno, creo, firmemente que sí. La desunión, el desatino, la ambición política y la carencia de identidad en los sectores acomodados nos perdieron».
Muchos patriotas se resistían al fin de la guerra con la cesión de Tarapacá y se sumaron con soldados y guerrilleros indígenas en la zona cordillerana, a la resistencia dirigida por el general Andrés Avelino Cáceres.
“Ante un enemigo superior, Cáceres no va a batirse en un combate abierto, como se lo reclama parte de la historiografía chilena, porque sería vencido fácilmente”, reseña el historiador peruano Daniel Parodi, “Cáceres, diseña su estrategia para atraer al invasor a los Andes centrales, terreno complicado para los invasores, lleno de quebradas y precipicios, a más de 3 o 4 mil metros sobre el nivel del mar”.
El generalato chileno, en abril de 1881, envió una fuerza a cargo del teniente coronel Ambrosio Letelier, que cometió una serie de atropellos y abusos contra la población local. “Se extralimitó en demasía con los habitantes de esa zona exigiendo cupos de guerra más allá de los límites que la prudencia aconsejaba, y sometió a los serranos a vejámenes y malos tratos”, escribe el historiador chileno Rafael Mellafe. Esta situación indignó a los pobladores incrementado las fuerzas de la resistencia.
Desde las alturas de Los Andes, Cáceres dominaba los movimientos del ejército chileno y esperaba el momento preciso para atacar a las guarniciones que sitiaban los pueblos del valle.
A la estrategia de Cáceres y a la repulsa por las acciones de los invasores, se sumaban otros factores que mermaban su capacidad y su superioridad técnica.
“El soldado chileno venía del centro sur del país, donde las condiciones medio ambientales eran muy distintas a las de la sierra peruana”, las temperaturas bajo cero en la noche y la falta de alimento, medicina y vestimenta, desmoralizaban al conquistador.
Avelino Cáceres, se fue convirtiendo en una pesadilla y en una leyenda. Por su dominio del territorio y lo sorpresivo de los ataques de las montoneras, por esto, las tropas chilenas le apodarían “El Brujo de Los Andes”.
“Con el correr del tiempo y después de la guerra se va creando esta ‘aura’ de que Cáceres podía estar en dos sitios al mismo tiempo, que escuchaba los planes chilenos escondido debajo de la mesa donde comían los altos oficiales o usaba chalecos antibalas y por eso no le hacían daño los proyectiles chilenos”, comenta Rafael Mellafe*.
Parodi comenta lo del apodo, con una historia breve. “Dos regimientos lo perseguían en la cordillera, uno por el norte y el otro por el sur. Se encontraron los regimientos, pero Cáceres había desaparecido, ¿qué pasó? Hizo lo imposible, atravesó la cordillera blanca -cumbres nevadas- para evitar ser atrapado y descendió por la vertiente oriental de la cordillera perdiendo muchos de sus hombres en esa maniobra evasiva. Así era Cáceres.”.
Hablaba perfectamente la lengua de los indígenas, el quechua, de esta manera le resultaba más fácil incorporarlos a su plan de resistencia. “Él era mestizo, ayacuchano, hijo de hacendados, se crio entre peones y campesinos que hablaban el quechua; él mismo lo hablaba, de allí el apelativo cariñoso ‘el taita Cáceres’”.
Los aborígenes no eran cualquier aliado. En la zona del valle del Mantaro, las comunidades gozaban de cierta semiautonomía, a diferencia de otras zonas del Perú. “Eran poderosas en esa región pues le disputaban palmo a palmo el poder a las haciendas”, relata Daniel Parodi.
Para comprender el grado de compromiso de la población con su lucha, recurriremos a esta historia. “En una ocasión, una partida de soldados chilenos llegó a un caserío perdido en las serranías andinas; al llegar solicitan a los pobladores algunos alimentos y bebidas para reponer fuerzas antes de seguir su camino; una campesina, les ofrece algo de beber, y para que no desconfiaran, la mujer “bebió primero la bebida envenenada que luego le sirvió al grupo de soldados, muriendo todos a los pocos minutos”, relata el historiador Daniel Parodi*.
Cáceres era informado por la población en todo momento sobre, movimientos, números o siquiera intenciones de los chilenos; mientras que ellos, a menudo, no sabían en cuál dirección emprender la persecución de las fuerzas peruanas.
Los habitantes de la sierra, estaban hartos de los “cupos” o contribuciones forzadas de alimentos y especies impuestos por las tropas chilenas, y peor aún, de los fusilamientos a los guerrilleros y a civiles, sorprendidos en acciones de sabotaje.
En el siglo XIX, la guerra tenía protocolos que se respetaban entre fuerzas regulares; los guerrilleros, no entraban en las leyes internacionales sobre beligerancia, por esa razón apenas eran capturados los fusilaban sin miramientos.
Así, pasaron por el paredón hombres, mujeres y hasta sacerdotes, que participaron de la resistencia.
“Los integrantes de las montoneras, eran considerados apátridas, es decir no luchaban bajo una bandera, sino que para ellos mismos o siguiendo a un caudillo, por tanto, las leyes de la guerra de la época no penaban el acto de fusilar a aquellos. Sin embargo, esta práctica no fue habitual, solo se utilizó en algunos casos durante la expedición Del Canto en la sierra, pero si, fue masivo luego de la batalla de Huamachuco (10 de julio de 1883), donde la orden entregada por Lynch a Gorostiaga era, ‘no tomar prisioneros’”, resalta Mellafe.
Las fuerzas de Cáceres “Se dedicaron al sabotaje y hostigamiento constante de las expediciones de Letelier y Del Canto – Ya sea, a través de las célebres galgas, que eran enormes piedras lanzadas desde lo alto de las quebradas, a atacar por sorpresa las avanzadillas o a los soldados rezagados y a obstaculizar su camino volando algún puente”.
“La resistencia en la sierra peruana fue feroz. La guerra tocó las puertas de los habitantes de esa zona y se defendieron como lo hacían sus ancestros incas. Por esa razón vemos tantos relatos de decapitación a soldados chilenos y empalamiento de las cabezas como también descuartizamientos de los cuerpos luego de los combates” explica Rafael Mellafe.
Cáceres, sabia de la confianza que gozaba entre los nacionales y utilizaba todos los medios para dar batalla sin descanso, en aras de alcanzar la victoria. Era astuto y rápido para entender lo que sucedía en el campo de batalla; llevó a los indígenas a una participación que no habían conseguido nunca, incorporándose, de esta manera, al sentir patriótico.
Su gesta nutre a las generaciones de jóvenes antimperialistas y su tenacidad debe ser recordada como un aporte fundamental en la lucha por la definitiva independencia de Nuestra América.
Nota:
Daniel Parodi Revoredo, historiador peruano
Rafael Mellafe, historiador chileno
Oscar Rotundo* Analista político del equipo de Periodismo Internacional Alternativo PIA Global