IMPENSAR LOS DERECHOS HUMANOS.

Por Gregorio J. Pérez Almeida

El mito de los “derechos humanos” (dh) supone unas creencias previas que impiden que dudemos de su veracidad y hace que para el común de las personas dichos derechos sean como el dinosaurio del cuento de Augusto Monterroso y creemos que… “cuando la humanidad despertó, ya estaban ahí”, de manera que vivimos el mito sin cuestionarlo, suponiendo que es el mundo ideal que aspiramos y que merecemos por ser humanos.   

Los mitos fundan las creencias que dan identidad a los pueblos, pero el mito de los derechos humanos se ha globalizado desplazando a los mitos originarios regionales y locales y, en muchos casos, los convierte en simples apéndices de su “universalidad”, como es el caso de los “derechos de la naturaleza”.

Y así, poco a poco en el siglo 20, los dh se consolidaron en el sistema capitalista globalizado como si fuesen consubstanciales a la persona humana y como si fuesen el resultado de largas luchas de los hombres y mujeres por la dignidad que culminan, esplendorosamente, en 1948 con la aprobación de la Declaración Universal de Derechos Humanos.

Este mito tiene una particularidad extraordinaria que consiste en que sólo se hace consciente cuando la realidad lo niega por “defecto”: cuando los gobiernos distribuyen la riqueza privilegiando a las minorías, condenando a la mayoría a sobrevivir en la pobreza y es acusado en la ONU de violar los derechos humanos sociales; o por “exceso”: cuando Estados Unidos invade militarmente a un país porque su gobierno viola los derechos humanos fundamentales, mientras la ONU mira hacia otro lado…

Y no es “hipocresía” ni el ejercicio de una “doble moral”, sino el ejercicio del pensamiento único imperialista que no se queda en palabras y actúa consecuentemente, por ello, proponemos:

¿Qué tal si en el siglo 21, en el que ya no hablamos de universalidad sino de pluriversalidad, de mundo pluripolar vs. mundo unipolar, de respeto a la Soberanía Nacional  y autodeterminación vs. Injerencia Imperialista, ponemos ese mito en duda y sospechamos que fue creado por los Estados Unidos para asegurar su hegemonía mundial?

A eso se refiere la propuesta de “Impensar los derechos humanos”, y se sostiene sobre tres premisas:

Primera: Comprender los derechos humanos exige conocer la historia de los Estados Unidos en el siglo 20, resaltando cuatro hitos determinantes:

1º) La Revolución bolchevique, 1917; 2º) La consolidación de la URSS como potencia industrial-militar y referencia política anticapitalista desde 1945, 3ª) La derrota del ejército estadounidense en Vietnam, 1973, y, 4ª) La desaparición definitiva de la URSS entre 1989 y 1991.  

Segunda: Luchar por los derechos humanos no es luchar contra el capitalismo, aunque haya quienes creen que es así y dan la vida por ellos.

Tercera: No se trata de descolonizar los derechos humanos, sino de demolerlos. No es redefinirlos para llenarlos con “nuevos valores” no eurocéntricos, desde el Sur Global, como si esto nos salvaría de la catástrofe capitalista. Se trata de descifrarlos y calificarlos en su verdadera dimensión histórica y política como ideología del imperio que los creó en el siglo 20 para remplazar a la utopía socialista.     

Proponemos Impensar los derechos humanos, para repensar la vida de las personas y de los pueblos sin la camisa de fuerza imperialista que ellos constituyen, reconociendo, en primer lugar, que se trata de una ideología en decadencia que se evidencia en dos hechos contundentes:

1º) Luego de la Guerra Fría, la carrera armamentística de las potencias nucleares se ha agudizado y si en 1991, cuando se emite el acta de defunción de dicha guerra con la disolución de la URSS, existían suficientes armas de “destrucción masiva” para hacer desaparecer a la humanidad, hoy existen tantas que podrían hacer volar en pedazos al planeta entero.

2º) Estados Unidos, promotor y supervisor “ad hoc” de la doctrina internacional de los derechos humanos, ha invadido a más países y asesinado a más gente después de 1948 que la que mató en la nombrada Segunda Guerra Mundial, incluyendo los genocidios de Hiroshima y Nagasaki.

Entonces, ¿vamos a seguir creyendo en ese mito?

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