No hay nada más singular que un barrio se llame “El Beisbol”, ni nada tan espantoso que verlo bajo los escombros. ¡Qué dolor tan grande! Un sufrimiento profundo, de esos que laceran el alma, sobre todo cuando allí, en esas mismas calles, hay familias con las que nos tomamos un cafecito y hemos tejido sueños del presente y del futuro.