Servir al Pueblo

Por Equipo del Consejo Editorial

Entre 1987 y 1988 se publicó el libro  «Servir al Pueblo», en su primera edición. Fue el resultado de discusiones que desde 1979 se impulso en medio de las revisiones  del proyecto del movimiento revolucionario venezolano que se tradujo en múltiples divisiones. Alí Rodríguez Araque, se mantuvo militando alrededor de  endencia Revolucionaria. Es en este momento que aquellas reflexiones sobre el país, algunas de ellas fueron publicadas en el  Suplemento Cultural del diario Últimas Noticias.

Hoy queremos dejar un fragmeto escrito por Alí Rodriguez Araque en el Prefacio a la Segunda Edición que acompaña al PDF, en el cual coloca tres grandes retos que la Revolución debe acometer:

  1. El Reto Político. Lo que podemos calificar con toda propiedad como el  desafío socialista  no es otra cosa que llevar a su plenitud el ejercicio del nuevo modelo democrático al cual se han abierto las compuertas a partir de 1999. Los nuevos ajustes de la Constitución y de la estructura legal y política del país, tienen como fin último el afianzamiento y la expansión de la democracia. Mucho más aún la tiene el completo despliegue del poder de las comunidades, lo que implica un estadio superior de la conciencia política de las masas y de su nivel de organización para el ejercicio consciente y eficaz del poder desde las bases mismas de la sociedad. Ésta es la mejor respuesta a los nuevos modelos que se van propiciando, financiando y manipulando desde los centros imperiales bajo la forma de ciertas Organizaciones No Gubernamentales (ONGs).  Ante el desgaste de los partidos tradicionales, se constituyen formas sustitutivas de los mismos tratando de mimetizarlas como organizaciones sociales. Más aún, se intenta erigirlas en la encarnación de la sociedad civil. De allí que tendrían el derecho a operar ya no sólo como mediadoras entre sociedad y Estado. Éste debería colocarse bajo su influencia, además de aceptar el ejercicio de las funciones de los partidos políticos sin someterse a la normativa que generalmente rige a éstos. Un ejemplo muy ilustrativo lo constituye el caso de SÚMATE en Venezuela.

Transferir progresivamente el poder a la comunidad organizada es la forma superior del ejercicio de la democracia la cual no puede tener otro límite que el desarrollo de la conciencia del ser  ciudadano, es decir, dejar atrás la simple condición de poblador pasivo de un territorio para ascender a la condición de sujeto consciente de los derechos y obligaciones y, en consecuencia, capaz de establecer  un nuevo sistema de relaciones en la sociedad, solidario, fraternal,  humano. Por ello mismo, las nuevas formas de organización comunitaria, representan el paso fundamental hacia el desarrollo de una nueva civilización con capacidad para desplegar nuevos factores productivos capaces de satisfacer las necesidades materiales del ser humano, de liberar y estimular su potencial creativo y de generar una nueva cultura, un nuevo sistema de valores, un nueva ética pues, como lo expresó con tanto tino  Wilhelm Reich “Si el amor y el trabajo son las fuentes de la vida, deberían ser también sus guías”.

El poder comunal está llamado a jugar no sólo un rol fundamental en el ejercicio de la política y de la economía, sino también en la defensa de la soberanía y de los derechos del pueblo. Es que, como lo ha demostrado hasta la saciedad la experiencia histórica, cuando un pueblo adquiere plena conciencia de sus derechos y obligaciones, y se organiza para el ejercicio de unos y otras, no hay fuerza en el mundo capaz de doblegarlo.  Así pues, ésa es la mejor respuesta al desafío socialista como lo que es en su esencia, el más grande desafío democrático pues el socialismo, o es democracia en su más alta expresión, o no es socialismo.

En la misma medida en que el proceso revolucionario reclama una mayor profundidad de su acción, en la medida en que se encamina a responder el desafío socialista, en esa misma medida se agudizan viejas y nuevas contradicciones. Ello plantea al movimiento revolucionario venezolano, responder a exigencias que se vienen arrastrando del pasado y nuevas demandas provocadas por los mismos cambios. Entre estas exigencias y demandas, la más importante se refiere al problema de la  unidad orgánica de los revolucionarios. Hasta ahora, fue posible avanzar bajo la forma de una especie de frente cuyo factor aglomerante radicó en el liderazgo del Presidente Hugo Chávez, factor que ha representado la mayor fortaleza del movimiento en general, pero también su mayor debilidad si se toma en cuenta la finitud del ser humano y el muy largo período que implican las transformaciones históricas de la sociedad. Ahora, el reto político que representa la confrontación y superación de las nuevas contradicciones, exige dar el salto de un frente político a un nivel más alto de unidad sin que ello signifique ignorar la necesidad de nuevas alianzas, dentro y fuera del país.

Hoy, conjuntamente con  el desafío socialista, el principal reto político radica en la construcción de una fuerza revolucionaria unida en torno a un mismo ideal, a un mismo programa político, una metodología, una mentalidad, una disciplina consciente, con una ética a toda prueba, con alta capacidad para sintetizar las experiencias y enriquecer su acervo político, con una dirección colectiva integrada por revolucionarios integrales y ejemplares que cuenten con autoridad no sólo de la militancia, sino con prestancia en el seno del pueblo, producto no sólo de su posición, sino principalmente de su sensibilidad, de su ejecutoria y de su conducta, en fin, una fuerza política de tal calidad que sea capaz de ejercer el liderazgo colectivo como guía política, moral y organizativa de su pueblo para superar cualquier desafío por complejo y duro que sea. Se trata en definitiva de la construcción de una verdadera vanguardia, con profundas raíces en el seno de la sociedad pues muchas veces en la historia se ha confundido este término con la formación de pequeñas castas cuya autoridad se hace cada día más relativa pues sólo va dependiendo de las posiciones de poder, mas no de la aceptación voluntaria y consciente de aquellos a quienes pretende dirigir.

La organización del poder comunal y de una vanguardia de la revolución, son categorías inseparables, se condicionan una con la otra. Mientras mayor sea la fuerza del poder comunal y de otras formas auxiliares del pueblo, mayor será la demanda sobre la vanguardia; mientras más esclarecida, leal, consecuente y eficaz sea la vanguardia, mayor será su identificación con el pueblo y más profundo su liderazgo.

2. El Reto Económico. La extrema dependencia de la renta petrolera ha sido igualmente fortaleza y debilidad de nuestra economía y del país en su conjunto. Generación tras generación se ha planteado como un deber ser, la diversificación económica, sin que haya habido siquiera una aproximación a tal objetivo. Sigue siendo pues, el gran reto para este siglo veintiuno. Pero de inmediato salta una cuestión a la cual se le han dado distintas respuestas en el pasado, como se plantea en una parte de  «Servir al Pueblo», el examen del más grande potencial, al lado del petróleo, que representa la cuestión industrial y la revolución agraria, íntimamente vinculadas al problema del mercado interno. Una simple ojeada a la historia de los países que han “despegado” en su desarrollo industrial, nos mostrará siempre, sin excepción alguna, que la expansión hacia afuera pasó por una fuerte expansión de sus mercados internos.

Sin éstos, el despegue industrial no hubiese sido posible o, al menos, hubiese tropezado con enormes dificultades. Pero, a su vez, la expansión del mercado interno no hubiese sido posible sin la revolución agraria que resolvió, a la par, la cuestión de destruir las bases del poder terrateniente y generar una creciente demanda de productos industriales para el incremento de la productividad agrícola. Fue lo que ocurrió con la mecanización de la agricultura que abrió un mercado para la industria del acero y otros productos industriales; la introducción de la química y la petroquímica con sus impactos industriales correspondientes; la desecación de terrenos anegadizos y el regadío de terrenos secos, superando  la dependencia de las condiciones atmosféricas; la construcción de grande obras hidráulicas; el empleo de medios de transporte para acercar los mercados a las áreas de producción así como la introducción de la ciencia y la tecnología, provocaron junto a otros factores más, un fuerte incremento de la productividad y la producción. Pero, al mismo tiempo, “liberaron” una cuantiosa fuerza de trabajo que se desplazó del campo a la ciudad para venderse a bajo precio y servir al despegue industrial que, a su vez, vivía impresionantes transformaciones científicas y tecnológicas.

En  Venezuela, por obra de su peculiar desarrollo capitalista, sustentado en la apropiación de plusvalía internacional bajo la forma de renta petrolera, simplemente no hubo revolución agraria pues, como bien nos lo enseña nuestra historia, el intento de Zamora fue frustrado por los grandes terratenientes de su época. El nuestro ha sido así, un capitalismo completamente atípico, caracterizado como capitalismo rentístico. Sus causas están suficientemente analizadas en este libro, que algunos van a releer y, espero que muchos otros, a leer por primera vez.

Ahora bien, un proceso capitalista de esas características ha dejado pendientes como tareas inevitables, hablando en términos escolares, como “una materia de arrastre” que, además, tiene prelación, la cuestión agraria y, con ésta, la cuestión del mercado interno y del desarrollo industrial. Aquí nos tropezamos con la mayor confrontación frente a las tesis neoliberales de las cuales observamos todavía fuertes remanentes en Nuestra América. Estas tesis no conciben otra posibilidad de desarrollo que producir para exportar, no importa cuantas penalidades sufra la población, postergando su solución para cuando se alcance el anhelado desarrollo. Ignoran que el desarrollo tiene como alfa y omega al ser humano.

En nuestro caso, como ocurre en la mayor parte de nuestros países, el despegue pasa por la correcta solución de la cuestión agraria, problema que ahora se comienza a enfrentar en  Venezuela. Su solución vendrá tanto más pronto y con tanta mayor eficacia, cuanto avance el proceso de unificación latinoamericana y caribeña con su gigantesco mercado potencial de más de 500 millones de habitantes y su impresionante abundancia de recursos de toda índole. Siempre será posible avanzar, con políticas nacionales correctas, en cada país. Pero mucho mejor y más rápido ocurrirá con una política sustentada en la complementación, la cooperación, la solidaridad  y el respeto  mutuo.

De ello dependerá el que, progresivamente, el ingreso derivado del esfuerzo productivo, vaya equilibrando el ingreso rentístico. Ello no quiere decir de ninguna manera que una economía productiva conduzca a renunciar al ejercicio de la propiedad nacional sobre nuestros recursos naturales.  Todo lo contrario, el desarrollo en una mayor escala de las fuerzas productivas estará ligado más al ejercicio pleno de la soberanía sobre todos y cada uno de nuestros recursos naturales. Al final del día la cuestión radica en si el esfuerzo productivo nacional, con todos los efectos creadores que el mismo genera, superará el simple ejercicio del monopolio sobre el recurso natural. Lo que se convierte en el quid de esta revolución, esto es,  el tránsito de la actual cultura  rentista hacia una cultura del trabajo.

3. El Reto Ideológico y Cultural. Teoría y práctica son factores que se condicionan mutuamente. Son como sístole y diástole en el buen funcionamiento del proceso revolucionario. La teoría actúa como la guía a seguir. La práctica es la realización de la teoría pero, por sí misma, la enriquece cuando se sintetiza en la reflexión continua, en la formación de los conceptos que nutren la teoría. Por ello la teoría no siempre es gris, como afirmara uno de los clásicos ni la práctica es siempre un árbol verde. La teoría se hace gris cuando se convierte en simple actividad intelectual. La vida, esto es, la práctica, reverdece cuando se hace reflexión y guía para perfeccionarse en su dinámica.  Todo depende de cómo se acompañen una con la otra, para que la teoría reverdezca todos los días y la práctica no se quede sin nutrientes. Porque como resultado de ambas, surge la fuerza de las ideas, de la convicción y de la mística que es entrega  a la más sublime de las manifestaciones del ser humano, el desprendimiento para alcanzar la felicidad del prójimo, del pueblo. Ésta es la ideología, vista desde una perspectiva revolucionaria, pues no toda ideología, por el simple hecho de serlo, es revolucionaria. Las clases dominantes en cada época han desarrollado su propia ideología y su propia ética. Para el señor terrateniente dentro del sistema feudal, el ejercicio de la propiedad territorial se originaba en la voluntad divina, tanto más cuanto más elevada fuese la jerarquía. Así, todos acataban la voluntad suprema y absoluta del monarca. Para el siervo de la gleba,  pagar la renta de la tierra y obedecer a su amo, era lo ético.  Y  es que aquel sector de la sociedad que controla el poder político de la misma como un sistema, comienza por convencerse a sí mismo de que su interés particular es el interés general pues representaría lo más conveniente para el conjunto de la sociedad. Así mismo ocurre en el capitalismo. Examínese el ejemplo de la mentalidad y las acciones de los actuales gobernantes de los Estados Unidos de Norteamérica. Se han autoconvencido de que el suyo, es el sistema político ideal, por tanto, de validez universal. Pero mucho más, que su interés representa los intereses de “la comunidad internacional”. El mundo al revés.

Así, de lo que se trata, es de enderezarlo.  Y esto comienza por cada nación. En nuestro caso, por  Venezuela y Nuestra América. Sembrar profundamente la idea y la convicción de que no habrá emancipación nacional y mucho menos social, sin desarrollar y poner en acción una voluntad suprema para cambiar el actual estado de cosas. Esto requiere de un sistema de ideas cuyas más profundas raíces se encuentran en nuestra historia, desde nuestros propios orígenes y, particularmente, del heroico proceso de independencia cumplido durante el siglo diecinueve. Al mismo le han seguido multitud de luchas con suerte diversa pero que dejan como saldo, una tradición y un caudal de ideas y principios que en sus aspectos esenciales conservan su validez. He aquí uno de los mayores méritos del proceso venezolano y particularmente, de Hugo Chávez: el de desenterrar a Bolívar y a todos los héroes de su estirpe de las tumbas físicas e ideológicas donde tanto tiempo los tuvieron sepultados y reducidos a simples expresiones hieráticas y sin vida.  Han resucitado y son nueva inspiración para millones de seres que encuentran en ellos su verdadera identidad.

Son muchos, sin duda alguna, los logros alcanzados. Ahora bien, queda frente a los revolucionarios y el conjunto de nuestro pueblo lo que podemos identificar como el reto entre los retos: la superación de la cultura rentista. La renta, como ya lo hemos señalado, generó una política de reparto que, aunque desigual, permeó al conjunto de la sociedad.  Tal política creó igualmente una ética, aquélla que se sostiene en el simple ejercicio de la propiedad sobre el recurso natural, sin participar activamente en el esfuerzo productivo, lo cual se legitima, punto más punto menos, en la conciencia colectiva, como el ejercicio de un derecho sobre lo que es un bien común.

La superación de tal realidad pasará por la combinación de dos grandes factores: la prédica moral (que no moralista) y la acción concreta para transformar la actual estructura económica del país de manera que, como resultado, brote una nueva conciencia. He aquí uno de los roles principalísimos de la fuerza de vanguardia que está por construirse, en cuyo seno debe predominar la nueva ética del trabajo. De allí también que las nuevas formas de organización para el trabajo, deben orientarse hacia la generación de riqueza sin depender del reparto de la renta de modo tal que una parte creciente de ésta pueda destinarse a la solución de los colosales problemas que aún perviven, en el desarrollo de las grandes obras de infraestructura que requiere el despliegue de nuevas fuerzas productivas, el incremento cuantitativo y cualitativo de la educación como factor potencial de la creatividad del pueblo, la salud y la alimentación, de la cultura en sus manifestaciones artísticas, en fin, de aquellos aspectos que escapan a la acción directa del pueblo o que sólo pueden desplegar con el apoyo del Estado.

Muchas más son las reflexiones que podrían agregarse. Pero no se trata de agotarlas cuando, además, muchas están en su proceso de formación al calor de la práctica. Corrigiendo aquellos aspectos que con el tiempo han perdido actualidad, dejamos en manos del lector este libro, que fue un modesto esfuerzo en los días de búsqueda de una ruta que hoy, por fortuna para nuestro pueblo, estamos recorriendo.

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