La Chinaca

Anotaciones sobre la obra PATRIA, de Paco Ignacio Taibo II.

Por Roy Daza

A mediados del siglo XIX el pueblo mexicano libró una segunda guerra de independencia, ésta vez, contra la invasión del poderoso ejército francés de Napoleón III, que impuso la monarquía del Emperador Maximiliano y la Emperatriz Carlota en suelo azteca, bajo el pretexto de cobrar la deuda externa, y por la solicitud que hicieran los representantes de la oligarquía conservadora, que vendió a su patria a cambio de derrocar al gobierno legítimo del Presidente de la República, Benito Juárez.

Cinco años, seis meses y 13 días duró la contienda, brillantemente contada por el afamado novelista e historiador Paco Ignacio Taibo II, en su libro: “La gloria y el ensueño que forjó la Patria”, obra en tres tomos publicada por la editorial Planeta en 2017, y que fue el producto de diez años de investigación, de un hecho histórico del que poco se conoce fuera de México, que forma parte de esa larga epopeya de los pueblos latinoamericanos que aún no termina, estas líneas sólo son comentarios y anotaciones sobre la obra de Paco, y tienen el propósito de incentivar el estudio de nuestra historia.

En la primera mitad del siglo XIX, los mexicanos sufren severas derrotas ante el expansionismo imperialista de los Estados Unidos, que le arrebata a México casi la mitad de su territorio, este hecho, y la oprobiosa dictadura de Antonio López de Santa Anna, generó las condiciones para que se produjera una proceso revolucionario, del cual, sus forjadores, abanderados y líderes fueron los  liberales rojos, o liberales “puros”, obviamente agrupados en el Partido Liberal y férreamente enfrentados a la oligarquía terrateniente vinculada al clero reaccionario y a las potencias imperialistas de Europa.

Hasta que estalló la tormenta en lo que se conoce como la Revolución de Ayutla, de la que emergieron los líderes políticos y militares del Partido Liberal, que aprobaron la avanzada Constitución de 1857, lo que provocó el alzamiento armado de los conservadores y la Guerra de Reforma. Hombres de letras y de armas, parlamentarios y guerrilleros, tribunos y periodistas de pluma implacable, que tenían en la poesía su síntesis más acabada. Melchor Ocampo, Guillermo Prieto, Ignacio Zaragoza, Francisco Zarco, Ignacio Ramírez “El Nigromante”, Santos Degollado, Porfirio Díaz, Vicente Riva Palacio, Jesús González Ortega, Ponciano Arriaga, Mariano Escobedo, entre muchos otros, y una figura central: Benito Juárez, indígena zapoteca que había nacido en Oaxaca en 1806.

¿Qué decía esa Constitución que tanto espantaba a la oligarquía?

Además de declarar que la educación básica debía ser pública, afirmaba lo mismo sobre la atención médica, implantaba el derecho a la libertad de prensa y de asociación, el derecho al trabajo, y la separación estricta entre la Iglesia y el poder del Estado, proponía la industrialización y el comercio con el exterior, ratificaba la abolición de la esclavitud, y en su primer artículo expresa: “La soberanía nacional reside esencial y originalmente en el pueblo. Todo poder público dimana del pueblo y se instituye para su beneficio. El pueblo tiene en todo el tiempo el inalienable derecho de alterar o modificar la forma de su gobierno”.  Ahí están resumidas las ideas fundacionales que en el Congreso de Chilpancingo de 1813 expuso el cura y general: José María Morelos, prócer de la independencia

En 1862 las tropas francesas, belgas y austríacas comienzan a llegar por el puerto de Veracruz, las enfermedades afectan a los soldados europeos y africanos enrolados en la expedición, el ejército republicano de oriente prepara la defensa en Puebla de los Ángeles; el 5 de mayo, el ejército francés, considerado como el “mejor del mundo”, muerde el polvo de la derrota, el insigne general Ignacio Zaragoza dirige las tropas republicanas, que escriben una de las páginas más gloriosas de la historia de esa gran nación.

Poco después el ejército republicano sufre un descalabro del cual ya no  podrá recuperarse, los franceses, habiendo acumulado más fuerzas toman Puebla, el DF cae en manos de los invasores. Mientras el ejército oligarca, compuesto por oficiales y soldados europeos y mexicanos del bando conservador avanza, los republicanos retroceden y con ellos su Presidente, Benito Juárez, que con el carruaje donde va el archivo de la Nación inicia una larga marcha hasta la frontera con los Estados Unidos.

Comienza el II Imperio de México, luego de tortuosas negociaciones, se firma en el Palacio de Miramar el contrato mediante el cual las tropas de Napoleón III servirán a Maximiliano y a Carlota, hasta que se consolide su gobierno y se salde la deuda, los delegados de la oligarquía conservadora también suscriben el documento, mediante la venta de su nación, logran su objetivo de acabar con la Reforma y de paso con la República.

La lucha comienza siendo la de dos ejércitos regulares que se enfrentan en el oriente y el centro de la nación de los aztecas y los mayas, no obstante, detrás de las líneas francesas, pequeñas partidas de guerrilleros hostigan a la soldadesca europea, que no entiende que está pasando, porque le habían dicho que al Emperador Maximiliano lo aclamarían los descendientes de Cuauhtémoc.

Benito Juárez, que siempre fue un líder de temple y principios, que no se doblegó ni un instante, en junio de 1963 escribía: “¿Qué pueden esperar cuando les opongamos como ejército a nuestro pueblo todo y como campo de batalla nuestro dilatado país?”

“Pero, –analiza Paco Ignacio-, el “pueblo todo” es una figura retórica, debía cobrar una forma militar. La chinaca no fue una invención de Juárez, que concebía más bien una resistencia escalonada con ejércitos que frenaban el avance francés, apelando a la inmensidad del territorio. La chinaca fue el resultado del dominio político y no territorial de los liberales, la herencia de las partidas de la guerra de la independencia, de un liberalismo enraizado en las pequeñas ciudades, que habían llevado en sus espaldas la Revolución de Ayutla y la Guerra de Reforma”.

La chinaca fue la forma que la guerra popular cobró en el México de los ejércitos derrotados a partir de agosto del 63.

El “estado de la plaza”, como decía Lenin, era: los imperiales sumaban 63.800 hombres en armas: 28 mil franceses, 6 mil austro-húngaros, 1.300 belgas, y 28 mil 500 mexicanos conservadores, mientras que los republicanos ya no tienen un ejército regular, pero la chinaca  “… está por todas y por ninguna parte”. Partidas dirigidas por los Lucas en los alrededores de Puebla; por Riva Palacio en el estado de México; la chinaca se batía con los invasores en Morelos, en Guanajuato, Coahuila, Nuevo León, Barlovento de Veracruz, La Huasteca, Zacatecas, Durango, Jalisco, Mazatlán, Sonora, Guerrero, Oaxaca y Aguascalientes, la síntesis está en el “Diario del Imperio”, que reporta la existencia de 256 guerrillas con unos 18 mil combatientes entre 1863 y 1866.

El 16 de abril de 1862 se inicia en la ciudad de México la publicación del periódico diario “La chinaca”, de cuatro páginas, los que no saben leer la oyen de los agitadores liberales rojos en las esquinas, es la artillería del pensamiento de la resistencia, sobrevivió hasta el 8 de mayo de 1863. La palabra chinaca, al parecer, se usaba para denominar a las partidas guerrilleras en la guerra de la independencia contra el Imperio de España, su origen es náhuatl: tzinacatl: que quiere decir: andrajoso.

El Presidente que como hemos dicho era de origen zapoteca, abogado y de una astucia de altos quilates, diría: “La lucha guerrillera, que es la única guerra de defensa real, la única efectiva contra un invasor victorioso […] No grandes cuerpos de tropas que se mueven con lentitud, que es difícil de alimentar en un país devastado y se desmoralizan fácilmente después de un descalabro, sino cuerpos de 15, 20 o 30 hombres a lo más, ligados por columnas volantes a fin de que puedan prestarse ayuda con rapidez, si fuere necesario, hostigando al enemigo de día y de noche, exterminando a sus hombres, aislando y destruyendo sus convoyes, no dándole reposo, ni sueño, ni provisiones, ni municiones, desgastándolo poco a poco en todo el país ocupado; y, finalmente, obligándolo a capitular, prisionero de sus conquistas, o salvar a los destrozados restos de sus fuerzas mediante una retirada rápida”.

Con su carruaje y su gabinete ministerial, el Presidente está en El Paso, siempre del lado mexicano, sabía que si traspasaba la frontera perdía su condición de Jefe de Estado, todo parecía perdido, pero a diario despachaba decenas de cartas y órdenes. Llegó el momento en el que los imperiales tenían el control de todas las capitales de estado y las principales ciudades, aunque nunca tuvieron el control ni permanente ni total de región alguna, porque la chinaca “estaba en todas y en ninguna parte”.

Más adelante, un núcleo de empecinados liberales se agrupa casi fortuitamente en territorio estadounidense: “El 3 de enero de 1865 el pequeño grupo de Naranjo se encontró en Laredo, Texas, con Escobedo y Gorostieta. Tres días después, en número de 14 hombres, bien montados y armados, dirán unos, con revólveres escasos de municiones, dirán otros, pasaron el Río Grande. Tres oficiales jubilados por las derrotas, se hicieron su propio destino. ¿No es el destino decisión propia y no arbitraria suerte? En todo el Nordeste no quedaba casi nada organizado en esos negros días, a no ser la pequeña fuerza de Pedro Antonio Méndez, el guerrillero fantasma de Tamaulipas, la que con 13 hombres se encontraba inactiva porque su jefe se reponía de una herida”.

“Un mes después eran 26 hombres mal armados, peor vestidos, aunque bien montados y el 7 de febrero atacaron el Laredo mexicano, tomándolo […] El 12 de febrero emprendieron su marcha hacia Piedras Negras siendo unos 50 hombres, pero en el camino se tropiezan con dos partidas de imperialistas al mando de Patiño y de Ríos en un punto conocido como Iglesias. Escobedo trató de convencerlos de volver a abrazar la República y en sus argumentos motivó a una parte de sus tropas. Mariano dio a Ríos el resto del día para que tomase partido, bajo la amenaza de que, si la respuesta no era afirmativa, habría guerra. Cuando Naranjo iniciaba el combate al otro día, las tropas de Ríos se desbandaron y el jefe conservador apenas pudo escapar con dos de los suyos. Escobedo refundió a los derrotados en su compañía, y de inmediato ocupó Río Grande”. Hechos como este se repitieron muchas veces hasta que terminó la confrontación armada.

Y sigue el relato de Paco: “Recorriendo varias poblaciones van a dar a Cuatro Ciénagas donde toda la población se pasó al lado de la chinaca, incluidas las autoridades oficiales del Imperio, que solo lo eran de nombre”. Ochocientos hombres con cinco piezas de artillería salen a combatir a los liberales rojos del General Mariano Escobedo, pero éste se escabulle y se fragmenta; “Gorostieta y Naranjo se van en operaciones de guerra y Escobedo con ocho hombres se dedica a insurreccionar a los pequeños pueblos de Coahuila”. Escobedo está aprendiendo una nueva guerra. “No la de la batalla del 5 de mayo, no la del sitio de Puebla, no la de la campaña de Oaxaca, no la de los Ejércitos Regulares. Una guerra de partidas, de guerrilleros, de combates rápidos, de ires y venires. Una guerra que se libra no solo contra los traidores y los franceses, sino también contra el tiempo”.

El fin de la guerra de secesión en Estados Unidos, cuando el Norte industrializado vence a los esclavistas del Sur, impactaría el curso de la resistencia mexicana, se produjo un giro en el escenario internacional. París toma nota del nuevo equilibrio de fuerzas. Napoleón III decide adelantar la retirada de sus tropas del territorio azteca, ya ninguna de las Cortes del viejo continente apuesta por el Imperio de Maximiliano, y cada vez más, resulta evidente que la Chinaca se había convertido en algo diferente a unas cuantas partidas, ya se perfilaban nuevos ejércitos republicanos en el norte y centro del país. Tiempo después, en una de las últimas reuniones que sostuvo con el mando imperial, el Mariscal Bazaine, jefe de la expedición francesa, diría: “… la república había entrado en las costumbres y la mente de la mayor parte de los habitantes”. La frase condensa un concepto clave: la guerra es la continuación de la política y no al revés.

La chinaca pasa a la ofensiva, eso sí, a su manera…

Mariano Escobedo ha pasado de la lucha de pequeñas guerrillas a una nueva modalidad de la chinaca, un pequeño ejército que se divide, amaga, ataca para conseguir armas y recursos, se concentra para golpear, se dispersa de nuevo. Va aprendiendo las reglas de esta nueva guerra que también se practicará en el noroeste con Corona, en Michoacán y Oaxaca, explica Taibo II con asombrosa minuciosidad.

El autor de esta obra formula algunas interrogantes, a las que no intenta responder de manera expresa, aunque lo hace en el conjunto del texto. “¿En qué momento la inercia que parecía mantener al imperio en una progresión favorable contra la república resistente se rompió? ¿En qué momento se revirtió? Esa parece ser la pregunta favorita de los historiadores y por lo tanto su respuesta definirá los acontecimientos del siguiente año. No habrá respuesta clara, porque no existe ni el momento mágico ni la anécdota simbólica capaz de sistematizar el momento clave que define una guerra popular”.

No obstante, no se pueden dejar de mencionar dos hechos de armas favorables a los republicanos, las batallas en Santa Isabel y Santa Gertrudis, pero la interrogante tiene otros factores a considerar que Paco Ignacio enumera: “La decisión de Napoleón de romper el tratado de Miramar y acelerar el retorno de la expedición. El incremento de la presión diplomática norteamericana. El desgaste de los franceses frente a la resistencia de la chinaca. La incapacidad de Maximiliano de crear un ejército imperial. La decisión de Bazaine de abandonar la ofensiva”.

La chinaca se estaba volviendo ejércitos que avanzan, en la medida en que los franceses se repliegan, derrotando a imperialistas mexicanos, belgas y austríacos. Juárez y el gobierno se aproximaban a la zona de combate y se habían establecido en Durango. Al final del año la república podía contar con la división del General Escobedo, que llegará en enero del 67 a San Luís Potosí sumando fuerzas y alcanzando los 9 mil hombres. Ramón Corona reuniendo a las fuerzas de Nayarit, Sinaloa y Jalisco, habrá llegado a Guadalajara. Régules y sus michoacanos estaba reorganizándose con suma dificultad. Porfirio Díaz apenas contaba con 2.500 hombres, pero un amplio territorio. Las fuerzas de Pesqueira y García Morales se hallaban en Sonora decididos a no salir de ese estado, y Riva Palacio reunía e improvisaba en el occidente de la capital un nuevo ejército y, eso sí, decenas de guerrillas mal armadas a lo largo de todo el país.

1867. Maximiliano anunció en el consejo de Estado que iba a intentar una mediación con Juárez, Márquez se le opuso fuertemente, pero el Emperador le envió una carta a Benito proponiéndole un congreso nacional y un plebiscito que decidiera sobre la forma de gobierno, monarquía o república. El Presidente lo ignoró. Había sido y era, la hora de las armas. Luego de las victorias republicanas en Querétaro y en casi todos los frentes de batalla, las tropas mexicanas avanzan sin perder un minuto. Maximiliano de Habsburgo es capturado, sometido a juicio, y fusilado en el Cerro de las Campanas en junio de 1867, junto a los generales Tomás Mejía y Miguel Miramón.

El pueblo ganó la guerra, el Presidente Juárez llegó con su carruaje a la capital, los liberales rojos ponen en marcha la segunda transformación de México.

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