¿Existió una Resistencia Indígena en Venezuela?

Por Rubia Vásquez Castillo / Museo Antropológico de Quibor, Lara, Venezuela.

Hace poco tuve una discusión con un historiador compañero de trabajo sobre el tema, se avecinaba la tan recordada fecha del 12 de octubre, y me preguntaba con franqueza y con escepticismo si consideraba que esta frase aún tenía vigencia. Desde la academia sabemos que las miradas al pasado siempre se fijan desde un hoy lleno de emociones, certezas, dudas, alegrías, tristezas pero sobre todo con una carga subjetiva que se forma con nuestra historia de vida. Mi amigo siguiendo los preceptos de la academia clásica la cual le insta a separar sus sentimientos frente a los datos, me comenta que para él, esa afirmación más que un cambio de paradigma en torno a la visión sobre la conquista de América, ha sido utilizada como una consigna más.

¿Existió resistencia por parte de los pueblos originarios hacia los conquistadores europeos? ¿Existen datos de esa resistencia? O esa frase solamente ¿funciona como una bandera política de los gobiernos latinoamericanos frente a las actuales potencias europeas?.

La llamada conquista de América, ha sido un periodo histórico confuso, tanto para los que lo vivieron como para las personas que nos dedicamos a su estudio. Cualquiera que se acerque al estudio del pasado puede darse cuenta lo complejo que es entender la realidad de aquel momento, las dos grandes versiones de la historia que desde nuestra niñez nos han contado, no son completamente ciertas. La conquista no tuvo un accionar conjunto, establecido y ni homogéneo, por lo cual, la historia sobre este momento no es lineal ni única. Como nos cuenta Tapia (2008)

“En las historias oficiales se han querido proponer historias únicas y lineales, a partir de ejes temporales centrales, alrededor de los cuales giran las temporalidades subalternas. Sin embargo, todo el macro-proceso de conquista y colonización de América estuvo marcado desde historias locales identificadas según “lugares” específicos, de distintas dimensiones y de distintas dinámicas en cuanto a sus formas de transformación (Escobar, 2000).” (Tapia, 2008: 70)

El panorama fue diverso en todo el continente, según los momentos y territorios hablamos de diferentes historias de dominación y resistencia, pero en síntesis hablamos de un proceso lleno de tensiones y contradicciones. España para finales del siglo XV era la única potencia europea con capacidad de iniciar un proceso de conquista territorial externa a sus límites geográficos, ya para 1492 cae el último reducto musulmán en la Península Ibérica, materializándose con la reconquista de Granada, que aparte de territorial fue religiosa. Por lo cual, el interés de España por la exploración de nuevos mundos, no sólo era por su inserción en nuevas áreas de explotación colonial o nuevos mercados, sino también con el interés de “servir a Dios”, y como dice Todorov (1982) la llamada empresa del descubrimiento de América, giró en torno a lo divino, lo natural y lo humano. Guiados por Colon, los Reyes de Castilla se embarca en una travesía en donde no había certeza de éxito, solamente la confianza que el explorador genovés tenía en sus creencias, lo que influyo en su manera de ver el nuevo mundo, la naturaleza y a su gente. Esto determina la visión de Colon sobre el otro americano, de manera que es visto diferente físicamente al europeo en piel y estatura, pero homogéneos entre ellos, y sin atributos culturales como lengua, ley o religión.

Esta visión fue desarrollada más ampliamente en España, por lo cual, muchos de los modelos de colonización instaurados durante el siglo XVI no sirvieron en todas las regiones, ya que no tomaron en cuenta las particularidades de los territorios o de las culturas. En Venezuela se observa como en los primeros doscientos años de conquista, España replantea sus políticas de control y colonización en el Nuevo Mundo, implantan instituciones como las Encomiendas, Pueblos de Doctrina, Misiones y Capitanías Generales, cabe destacar que no todas se constituyeron al mismo tiempo pero si llegaron a coexistir, algunas se crearon para reafirmar la doctrina cristiana, otras para instaurar la organización española, para apropiarse de territorios inhóspitos, pero sobre todo para asegurar la extracción y envío de recursos a España.

Mientras España refina su política indiana reforzando vacíos legales existentes muchos son los espacios en tierra firme en donde aún se despliegan comunidades originarias, cada una con su propia estructura cultural, insertadas dentro de estructuras más amplias, y reflejadas en complejos sistemas interétnicos anclados a territorios específicos. En Venezuela, en el oriente del país existieron regiones que

“… estuvieron delineadas por las distintas construcciones culturales que cada grupo, de forma aislada o en alianzas con otros grupos, elaboró sobre ellas. Fue de ese modo que sobre la elaboración de cada espacio de resistencia indígena la sociedad colonial no tuvo más remedio que accionar uno o varios frentes de expansión.” (Tapia, 2008: 72)

Estos sistemas interétnicos comerciales durante la época colonial han sido documentados por Coppens (1971), por Morey y Morey, (1975), Biord (1985) y Gasson (2000), sin embargo la relación de dichos sistemas de alianzas/comerciales con el orden colonial no existió de una manera equilibrada sino como referimos anteriormente con fuertes tensiones y contradicciones, las cuales tuvieron diferentes respuestas según las maneras de entender la realidad por los grupos indígenas y no puede reducirse a la relación dicotómica de dominación/resistencia. Es pues, que el proceso de conquista no estuvo rotundamente marcado por el orden colonial, ni definido en su totalidad por los componentes sociales de comunidades americanas.

A raíz del tercer viaje de Colon en 1498, inicia el proceso de conquista en tierra firme, con lo cual comienza las exploraciones en la costa oriental de Venezuela, dinámica marcada por la explotación de perlas y obtención de esclavos. Durante este momento para los europeos fue estratégico construir relaciones medianamente pacificas con las comunidades costeras, para conseguir guías del territorio e intérpretes, así como para reponer provisiones. Con esto se generaron relaciones de cooperación entre indígenas y conquistadores, que fueron alteradas por la visión de mundo europea, es decir, por un lado la poca coordinación que tenían los grupos esclavistas aunado al desconocimiento del territorio propicio las primeras rupturas con indígenas de la zona; y en segunda instancia la fuerte violencia ejercida hacia los naturales termino en consumar los primeros alzamientos locales y de mayor alcance en la historia venezolana, caso de 1520 de ataques de grupos caribes a asientos costeros europeos (Ojer, 1966). Estos sucesos generaron articulaciones de grupos indígenas locales que restringieron en gran medida la entrada de europeos a tierra firme, constituyendo frentes de resistencia de cara a la invasión del grupo extranjero. 

A pesar de esto, todavía lo invasores lograron realizar alianzas con comunidades en tierra firme, generando dos focos de expansión en las costas venezolanas. El primero en la región de Paria y Trinidad y el segundo en la región del Unare-Neveri, a los cuales Tapia (2008) nos comenta que ambos focos fueron respondidos por dos grandes grupos de alianzas interétnicas: por un lado los Kari’ña en la región Nororiental, y el otro por los Palenques en la región Centroriental. El dominio sobre el territorio por parte de los indígenas permitió que mientras por un lado los europeos construían algunas alianzas, la resistencia a la invasión contaba con mayor fuerza numérica y control de las pequeñas redes de comunicación hispana, ya que se sometían mayores redes de intercambio comercial en donde prevalecía la autonomía territorial.

Ya entrado siglo XVII existían dos formas prácticas de dominación, representadas en las encomiendas y las misiones religiosas, muchos de los territorios habían sido progresivamente ocupados, sometiendo a su población al trabajo en las principales haciendas españolas. Por la fuerza y la constante violencia los grupos hispanos lograron mantener algunas rutas de comunicación y comercio entre Nueva Barcelona y los Llanos de Caracas (Ojer, 1966; Oviedo y Baños, 1992; Civrieux, 1980). Sin embargo, la posibilidad de construir nuevas alianzas interétnicas para la arremetida bélica siempre existió.

Los grupos europeos entendieron que a pesar de que organizaron a varios grupos indígenas en sistemas de encomiendas, no necesariamente existía un sometimiento de estos, debido a que ellos conservaban relaciones de alianza internas, y seguían manteniendo el control de sus espacios sociales, ya que adscribirse al sistema de encomiendas no implicaba la transformación de los grupos atacados. Por lo cual propiciaron la conformación de las misiones que conllevaban la represión explicita, sumada la disgregación de las unidades políticas locales, por medio del adoctrinamiento religioso. Siendo que las personas que pertenecían a estos núcleos podrían posteriormente ser asimiladas al sistema social y económico colonial. La  dinámica hispana se volvió misionera-militar.

El auge de las misiones acentuó las diferencias entre los grupos aliados a ellas y las comunidades que se negaban a tener trato con los españoles, como el caso de los Palenque, que seguían reivindicando su autonomía frente a los europeos. Con esta doble colonización, los grupos americanos debieron reorganizar constantemente sus alianzas, sin embargo llegaron a tener una fuerte correlación de fuerzas que transformaron las relaciones de dominación a relaciones de tensión pero entre iguales. Tal es el caso de la cohesión Kari’ña, Chaima, Palenque y Cumanagoto del Río Guarapiche, que para el año de 1690, los españoles solicitan una tregua “…en la que sólo pedían poder transitar por la zona, sin exigir alianzas o sumisiones” (Tapia, 2008: 91).

Las estructuras políticas locales lograron establecer frentes bélicos contra los europeos por lo menos durante dos siglos, y a pesar de todo, el proceso de colonización no termino allí. Dichas estructuras tuvieron capacidad de cambio según los universos culturales de la región y el avance hispano en el territorio. Los elementos culturales de las sociedades indígenas dinamizaron formas propias de convivir o repeler la presencia española, no estuvieron estáticas en el tiempo ni sirvieron a decisiones externas. No existió una sola historia del proceso de colonización, ni una absoluta dicotomía entre dominación/resistencia. Hoy le respondo a mi amigo que la frase resistencia indígena puede ser enarbolada como consigna, pero que la responsabilidad de materializar el cambio de paradigma sobre la colonización de América no es sólo compromiso de las y los investigadores sino de todas y todos los americanos.


Bibliografía:

Biord, H. (1985): El contexto multilingüe del sistema de interdependencia regional del Orinoco. Antropológica 63-64: 83-101.

Civrieux, M. (1980): Los Cumanagoto y sus vecinos. En Los Aborígenes de Venezuela. Etnología Antigua. Tomo I, pp 27-139. Fundación La Salle de Ciencias Naturales. Instituto Caribe de Sociología y Antropología, Caracas, Venezuela.

Coppens, W. (1971): Las relaciones comerciales de los Yekuana del Caura-Paragua. Antropológica 30: 28-59.

Gasson, R. (2000): Quiripas and mostacillas: the evolution of shell beads as a medium of exchange in Northern South America. Ethnohistory 47 (3-4): 581-610.

Morey, R. y Morey, N. (1975): Relaciones comerciales en el pasado en los llanos de Colombia y Venezuela. Montalbán 4: 533-565.

Ojer, P. (1966): La formación del Oriente venezolano. Universidad Católica Andrés Bello, Caracas, Venezuela.

Oviedo y Baños, J. (1992): Historia de la conquista y población de la Provincia de Venezuela. Biblioteca Ayacucho, Caracas, Venezuela.

Todorov, T. (1982): La Conquista de América: El problema del Otro. Epublibre. 

Tapia, F. (2008): Resistencia indígena e identidades fronterizas en la colonización del Oriente de Venezuela, siglos XVI-XVIII. En: Antropológica de La Fundación La Salle de Ciencias Naturales 2008, 109: 69-112

También te puede interesar