El Ejército de ayer, de hoy y de siempre

“…Adelante, marchemos valientes

al combate y al rudo fragor,

por la patria muy altas las frentes,

despleguemos pujanza y valor”

Coro del Himno del Ejército

I. Introducción

La historia, sin lugar a dudas, es la maestra de la humanidad. En ella podemos observar hechos pasados, acciones –virtuosas o erróneas– de nuestros antecesores.

En el análisis profundo de esos hechos, en la comprensión cabal de las leyes generales que los han venido provocando y en la constante acción, acopiada y supeditada a tales leyes, está el maravilloso secreto generador del desarrollo y progreso de los pueblos.

Venezuela, este pedazo de tierra bajo este pedazo de cielo, tierra bañada con sangre, cielo poblado de héroes, tiene una historia grandiosa. A lo largo y ancho de valles, llanos y montañas, retumban aún los ritos de nuestros victoriosos abuelos, quienes lucharon a brazo partido por legarnos una patria libre y soberana. Aquellos hombres, descalzos, semidesnudos, curtidos y ceñudos, dejaron sembrada su huella, profundamente, en el continente suramericano. Aquellos hombres, sin más ilusión que morir por ser libres y llevando la poderosa arma de la voluntad alzada en hombros, cambiaron el rumbo que había venido siguiendo la historia.

Aquellos hombres, emergiendo como el rayo de la más profunda oscuridad, derribando selvas con su furia, llenando de huesos los caminos, enrojeciendo las aguas con su sangre, arañando montañas con sus manos y despertando hasta los muertos con su grito, sembraron en el vientre de la patria, con el grandioso amor del sacrificio, al hijo más querido y más glorioso, al hijo tan esperado por la humillada madre, todo lleno de futuro y esperanzas: el Ejército.

II. El Ejército de ayer

Dolorosa y larga fue la espera de aquel parto. Durante más de una década, sufrió Venezuela aquel atrevimiento, pagando cara su pasión terca y rebelde.

Nutriéndose con la savia valerosa de su pueblo, fue creciendo aquel ejército. Del norte y del sur, del este y del oeste, de los más recónditos lugares y parajes, fueron surgiendo los soldados que habían dormido durante 300 años, esperando aquel momento inevitable, madurado por el desarrollo de las condiciones históricas generales de aquel entonces.

Hubo períodos donde los laureles desbordaron la corona de la madre patria. Impresionante fue aquel año 1813. ¡Gloriosos tiempos que no vuelven! Habíase ya perdido el esfuerzo supremo y heroico del Generalísimo Miranda, el venezolano que mayor proyección universal había tenido hasta entonces. ¡Designios impredecibles del hado misterioso! Sería ahora un joven mantuano, huérfano, viudo y decidido, quien tomaría las riendas de la patria, para vengar la afrenta con aquella famosa Campaña Admirable: Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios.

Mas, aquel Ejército bisoño y carente de tropas entrenadas, no habría de resistir la reacción terrible y brutal que provocó el fenómeno socio militar que se llamó José Tomás Boves.

Año 1814, deberías desaparecerte, ahogado en la sangre que se derramó en tus días. Nuestro Ejército, reforzado por niños, mujeres y ancianos, se debatía entre la vida y la muerte.

Sin embargo, después de que Pedro Zaraza atravesó a Boves de un lanzazo en la Batalla de Urica, tuvo Bolívar que recapacitar y comprender que su revolución no había llegado aún al corazón de las masas campesinas y desposeídas; que era necesario confundir en un solo objeto la lucha y los intereses del pueblo; que era necesario ganar la motivación popular y retenerla, si no se quería correr el riesgo de que apareciesen detrás de cada banco de sabana uno, dos, tres José Tomás Boves.

Hacia allí dirigiría entonces sus esfuerzos, aquel general empeñado, genial y visionario que fue Bolívar.

Era de esperarse el resultado: de los oscuros horizontes irrumpió, entonces, al frente de intrépidos centauros, un hombre nacido en Curpa, llanero de Portuguesa, crecido y formado en la ancha tierra barinesa, una especie de Boves-amigo: el catire José Antonio Páez.

Este bravo contingente, origen remoto de nuestro actual Batallón Bravos de Apure, habría de imprimirle otra faceta al ejército venezolano. Hombres de lanza y caballo, indiferentes al miedo, temerarios y aguerridos, cabalgaron sin recelos sobre la patria, cubriéndola de triunfos y ensordeciéndola con sus gritos de victoria.

Llegó así el año 1821, con un ejército conformado, fogueado en cientos de combates, y bien dirigido por el genio venezolano de la guerra.

El 23 de junio, víspera de la gran Batalla, en la sabana de Taguanes, vecina a Carabobo, Simón Bolívar hizo parir a la patria. Luciendo esplendorosos uniformes, ondeando penachos al viento, el hijo tan esperado fue revistado, unidad por unidad, arma por arma, por aquel hombre que desafió a la misma naturaleza en su empeño.

Todo un Ejército de línea estaba allí, amenazante, rugiendo cual mil leones, estremeciendo aquellas inmensidades. Habíase dado el fruto del ciclópeo esfuerzo de tantos hombres. A la mañana siguiente, aquel recién nacido levantaría, orgulloso, el tricolor mirandino en la sabana de Carabobo, sobre más de 200.000 cadáveres, que a lo largo de tantos años había recogido la madre, y que aún seguían clamando venganza.

¡He ahí, Venezuela, el resultado de tu amor! ¡He ahí, patria mía, tu hijo gallardo, defensor de tu suelo, reflejo de tu bravura, vigilante de tus futuras inquietudes!

III. El Ejército de hoy y de siempre

Después de 157 años de aquel magno suceso, nuestro Ejército, con una tradición y una doctrina ya forjada a lo largo del acontecer histórico de la patria, sigue, en lo esencial, siendo el mismo. Aquí nos unimos hombres de todas partes del país: el bullicioso llanero, el inquieto oriental, el efusivo central, el regionalista occidental, el taciturno de la montaña; todos bajo un mismo símbolo, y con el mismo objetivo de llevar sobre los hombros la misma bandera que recorrió, detrás de Bolívar, las extensas tierras suramericanas.

Es tu joven hijo, Venezuela, que recoge en su seno la gente de tu pueblo, para adiestrarlo y enseñarlo a amarte y defenderte. Es tu semilla, patria, que ha sido regada por el viento y por las aguas hasta abarcar tus anchos horizontes. Es tu reflejo, país de héroes, tu reflejo sublime, tu reflejo glorioso.

A medida que pasen los años nuestro Ejército debe ser la proyección inevitable del desarrollo social, económico, político y cultural de nuestro pueblo.

Los hombres de uniforme seguiremos siendo el brazo armado de la nación, dispuestos a derramar la última gota de nuestra sangre en defensa de los intereses del pueblo, al cual nos debemos, cuya esperanza representamos y estamos obligados a mantener.

Deben permanecer en nuestras mentes y en nuestros corazones, como el más valioso tesoro, el coraje y la decisión de nuestros antepasados; debe seguir corriendo por nuestras venas el fervor patriótico que nos permita, en un momento determinado por el llamado histórico de los años, sacar a relucir ese coraje y esa decisión, para evitar que sean pisoteadas las tumbas de aquellos hombres, para evitar que sus gritos de reclamo y de protesta retumben en nuestras mentes, para evitar ser juzgados por nuestros hijos y por los hijos de nuestros hijos, como inmerecedores de tales glorias.

Nuestra sangre es la savia del pueblo,

 y en el pueblo se plasma en canción

Primera estrofa del Himno del Ejército.

Fragmento.

Stte. Hugo Rafael Chávez Frías. Batallón Blindado Bravos de Apure Maracay, junio 1978

(*) Tomado de Brazalete Tricolor

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