Por T/Prof. Antonio Delgado / Prof. de Geografía e Historia, Centro Nacional de Historia – Museo Casa Natal Ezequiel Zamora – Red de Historia Memoria y Patrimonio (Miranda).
I. América como sujeto de recolonización europea.
La doctrina Monroe tuvo su antecedente inmediato en la controversia territorial de Estados Unidos con Rusia, específicamente, la costa noroccidental de América. Los rusos reclamaban derechos sobre este territorio desde el sur del estrecho de Bering hasta una línea indeterminada en el Pacífico. Por esa disputa, los rusos promulgaron un decreto en febrero de 1821, que prohibía la navegación extranjera a menos de 100 millas del litoral en reclamación. El gobierno estadounidense impugnó la medida rusa y al calor de las discusiones con el diplomático ruso en Washington, el Secretario de Estado John Quincy Adams declaró: “adoptaremos claramente el principio de que el continente americano ya no está sujeto a nuevos asentamientos coloniales” [1].
La advertencia de Adams, quedó plasmada en el discurso presidencial de James Monroe, el 2 de diciembre de 1823 ante el Congreso:
…se ha juzgado conveniente afirmar, como principio en que están envueltos los derechos e intereses de los Estados Unidos, que los continentes americanos, por la condición libre e independiente que han asumido y mantienen, no deben ser considerados en lo sucesivo como sujetos de futura colonización por ninguna potencia europea…[2]
Estados Unidos no solo mantuvo una cautela diplomática en torno al conflicto bélico que enfrentaba a España con sus excolonias, sino que conservó cierta indiferencia hacia las colonias que aún permanecían bajo dominio de cualquier potencia europea. Pero cuando España y la Santa Alianza intentaron la restauración colonial en las nacientes repúblicas hispanoamericanas, el gobierno de Estados Unidos, que ya había reconocido la independencia de los nuevos Estados, consideraba peligroso para el hemisferio las tentativas de reconquista europea y advirtió que cualquier pretensión imperialista de Europa sobre América era considerada una hostilidad hacia los Estados Unidos.
La Doctrina Monroe se proclamó como vigilia estadounidense ante una posible arremetida de la Santa Alianza y fue vista por algunos líderes latinoamericanos con una finalidad altruista. Al respecto, nos dice el historiador Indalecio Liévano Aguirre que, Francisco de Paula Santander quiso aprovechar la reunión del Congreso de Panamá para establecer una sólida alianza con Estados Unidos e invocaba a la vez, la protección de la Doctrina Monroe para las repúblicas sudamericanas, que adoptarían sin ningún inconveniente las instituciones políticas y económicas de la República norteña[3]. El Congreso de Panamá era el escenario en el que se instaba a hacer una enérgica y efectiva declaración similar a la del Presidente de Estados Unidos de América en su mensaje al Congreso del año 1823. Sin embargo, voces críticas han comentado el pronunciamiento norteamericano de 1823, como un acto que defendía a Estados Unidos de un posible ataque de la Santa Alianza o de Inglaterra.
II. ¿Destinados por la Providencia a plagar la América de miseria?
Los líderes como Santander nunca entendieron el alcance de la Doctrina Monroe. No intuyeron, como si lo hizo El Libertador, el peligro que entrañaba para las repúblicas hispanoamericanas y caribeñas, el accionar geopolítico de Estados Unidos. No debemos olvidar que, en 1818, Bolívar en su intercambio epistolar con el agente norteamericano John Baptis Irvine, a propósito de la incautación de las goletas Tigre y Libertad, desenmascaró el doble rasero moral de la diplomacia estadounidense revestida con una supuesta “política de neutralidad”: “…Hablo de la conducta de los Estados Unidos del Norte con respecto a los independientes del Sur, y de las rigurosas leyes promulgadas con el objeto de impedir toda especie de auxilios que pudiéramos procurarnos allí…”[4]. De esa manera, Bolívar denunció la parcialidad de Estados Unidos a favor de España durante la guerra de independencia que enfrentaba a la metrópoli ibérica con sus colonias rebeldes.
Más adelante, y en el mismo contexto, El Libertador, obstinado ante la porfía insolente del agente gringo, representante del incipiente monroísmo, terminaba una de sus últimas notas epistolares, haciendo una clara defensa de la Soberanía venezolana:
…no permitiré que se ultraje y desprecie al Gobierno y los derechos de Venezuela. Defendiéndolos contra la España ha desaparecido una gran parte de nuestra populación (Sic) y el resto que queda ansía por correr igual suerte. Lo mismo es para Venezuela combatir contra España que contra el mundo entero, si todo el mundo la ofende[5].
En la célebre carta dirigida a Patricio Campbell[6], el 5 de agosto de 1829, Bolívar no solo respondió negativamente a la propuesta del diplomático británico, de nombrar un príncipe europeo que gobernara Colombia, sino que, formuló en forma de interrogante, lo que sería su pensamiento en torno al papel que desempeñaría Estados Unidos y su política exterior hacia las repúblicas americanas. Decía el Libertador:
Lo que Vd. se sirve decirme con respecto al nuevo proyecto de nombrar un sucesor de mi autoridad que sea príncipe europeo, no me coge de nuevo, porque algo se me había comunicado con no poco misterio y algo de timidez, pues conocen mi modo de pensar.No sé qué decir a Vd. sobre esta Idea, que encierra en sí mil inconvenientes. Vd. debe conocer que, por mi parte, no habría ninguno, determinado como estoy a dejar el mando en este próximo Congreso, mas ¿quién podrá mitigar la ambición de nuestros jefes y el temor de la desigualdad en el bajo pueblo? ¿No cree Vd. que la Inglaterra sentiría celos por la elección que se hiciera en un Borbón? ¿Cuánto no se opondrían todos los nuevos estados americanos, y los Estados Unidos que parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miserias a nombre de la Libertad? Me parece que ya veo una conjuración general contra esta pobre Colombia…[7]
La pregunta de Bolívar fue interpretada luego como una afirmación profética. Afirmación que no desatinó en el tiempo, porque como bien lo demostraron los hechos, el monroísmo bajo apariencia de enunciación protectora, albergaba en su seno, el fermento de ambiciones imperialistas insaciables. Ejemplo de ello, fueron las pretensiones hacia Texas, un territorio apetecido por las administraciones de J. Q. Adams (1824-1828) y Andrew Jackson (1828-1832), quienes apremiaban al gobierno mexicano a venderlo total o parcialmente. La rebelión texana en 1836, protagonizada por colonos angloamericanos esclavistas, trajo como consecuencia la secesión de este territorio y la subsiguiente guerra de agresión contra México (1847-1848), conflicto por el cual Estados Unidos invadió al país azteca y se anexionó California, Nuevo México, Arizona, Utah, Colorado y Nevada. Esto equivalía a más del 50% del territorio mexicano.
III. El monroísmo y otras doctrinas de un vecino que crece para la codicia.
Los sucesivos gobiernos estadounidenses durante el siglo XIX, fraguaron y ejecutaron intervenciones armadas en los países antaño colonizados por España[8]. La Doctrina Monroe sufrió esenciales transformaciones. Pasó de la cautela defensiva a la ofensiva intervencionista. La Doctrina Monroe se conjugó con el “Destino Manifiesto” y la “Doctrina Falk”. Las dos últimas doctrinas con un alto contenido anexionista e imperialista. La doctrina Falk reivindicó la anexión de Texas por temor a intervenciones extranjeras. En 1870, el presidente Grant pidió lo mismo para Santo Domingo como medida de protección nacional y como corolario del monroísmo. El presidente Johnson puso los ojos sobre Cuba, en nombre de la doctrina de la “Fruta Madura” y el fatalismo geográfico, que comparaba a la Isla con las “leyes de gravitación política que atrae a los pequeños estados en la órbita de las grandes potencias”. En 1895, el Secretario de Estado, Olney, a raíz del conflicto entre Inglaterra y Venezuela, dio por sentada la soberanía estadounidense sobre América. La doctrina defensiva se transformó en doctrina con ropaje de tutela moral[9].
Cuba es un caso muy especial para el monroísmo. Un caso de plena vigencia y actualidad. Durante los debates del Congreso de Panamá, el gobierno norteamericano giró instrucciones a sus delegados plenipotenciarios para que rechazaran cualquier acuerdo que tuviera que ver con las independencias de Cuba y Puerto Rico, pero con celoso interés en la primera. Después del Congreso de Panamá en 1826, Bolívar quiso independizar a Cuba como colofón de su epopeya libertadora; los Estados Unidos se opusieron, porque sabían que la independencia significaba la manumisión de los esclavos, esclavos que la opulenta y orgullosa Virginia y otros estados del Sur esclavista necesitaban. El mismo interés yanqui que impedía en 1826 la independencia de Cuba, ofrecía a la altiva metrópoli la posibilidad de escoger entre la autonomía de la Isla, que no podía caer en manos de Colombia o México, o la guerra. Estados Unidos guiado por una lógica oculta, pretendía asegurarse el control incuestionable del Caribe, o ejercer una poderosa influencia, sea por compra o anexión de islas. Ya en 1845, se hablaba en Washington de la compra de Cuba. En el famoso manifiesto de Ostende (1854) los diplomáticos estadounidenses explicaban por qué tenían derecho a arrebatar la isla en caso de que España se negara a venderla.
Comentarios finales
En vísperas del bicentenario de la doctrina Monroe y su significado para los pueblos de Latinoamérica y el Caribe, es necesario recordar el accionar de Estados Unidos y su relación con los vecinos del Sur del continente a lo largo de los siglos XIX y XX, como un memorial de agravios. Las intervenciones se multiplicaron con la expansión de las fronteras: en el territorio de Acre, para fundar una república de caucheros, en Panamá para desarrollar una provincia y la construcción de un canal; en Cuba, con el pretexto de mantener el orden; en Santo Domingo, para vigilar las aduanas; en Nicaragua, para respaldar las revoluciones civilizadoras y derrocar a los tiranos.
En Venezuela y Centroamérica, para imponer a estas naciones desgarradas por la anarquía, su tutela moral, financiera y política. En Guatemala y Honduras, para garantizar los empréstitos firmados con los señores de las finanzas norteamericanas, mientras se condenaba a sus pueblos a una nueva esclavitud. En resumidas cuentas la doctrina Monroe y sus corolarios, solo sirvieron para vigilar las aduanas de las repúblicas latinoamericanas y movilizar sus escuadras pacificadoras en defensa de los intereses del norte sajón. El monroísmo admite que la historia del progreso logrado por Estados Unidos, no ha servido para tranquilizar las justas inquietudes, reclamos y preocupaciones de América del Sur, por compartir proximidad hemisférica con vecino tan codicioso. El yanqui cree que sus vecinos latinoamericanos son infantiles, vanidosos y sobre todo incapaces de gobernarse. A este monroísmo codicioso y avasallante se contrapone el bolivarianismo que apuesta por la unidad latinoamericana y caribeña.
CITAS
[1] Dexter Perkins, “James Monroe. La Doctrina Monroe”, en Daniel Boorstin (Comp.). Compendio histórico de los Estados Unidos. Un recorrido por sus documentos fundamentales, p. 211.
[2] Monroe Doctrine; December 2 1823, [Consulta: 6-12-2022] disponible en: https://avalon.law.yale.edu/19th_century/monroe.asp
[3] Indalecio Liévano Aguirre, Los grandes conflictos económicos y sociales de nuestra historia. De la Campaña Libertadora al Congreso de Panamá, p. 634.
[4] Centro Nacional de Historia, “Carta de Simón Bolívar para John Baptis Irvine, fechada en Angostura el 20 de agosto de 1818”, en Pueblos libres vencen a imperios poderosos. Epistolario entre el Libertador Simón Bolívar y un agente estadounidense, p. 114.
[5] “Carta de Simón Bolívar para John Baptis Irvine, fechada en Angostura el 7 de octubre de 1818”, Ibídem, p. 139.
[6] Encargado de Negocios de Su Majestad Británica.
[7] “Carta del Libertador Simón Bolívar al Coronel Patricio Campbell, fechada en Guayaquil, 5 de agosto de 1829, dándole gracias por sus buenos sentimientos y le anuncia su renuncia al mando supremo en el próximo Congreso Constituyente”, en http://www.archivodellibertador.gob.ve/escritos/inicio.php
[8] Luis Izaga, La Doctrina de Monroe. Su origen y principales fases de evolución, p. 46.
[9] Francisco García Calderón, Las democracias latinas de América. La creación de un continente, p. 165.