Crónicas de la rebeldía y el saber popular

Por Equipo del Consejo Editorial

«Crónicas de la rebeldía y el saber popular», es un libro escrito por Fruto Vivas, arquitecto, filosofo y eterno luchador social. Este libro “constituye un entramado arquitectónico a los muy variados artículos y crónicas que acoge este libro. Textos heterogéneos que reflejan, unos, cuanto ha atesorado mi memoria de un andar itinerante a través de los primeros y convulsos años sesenta hasta llegar a la actualidad, otros, también, sobre unos cuantos creadores populares que han estado presentes en nuestra historia. Algunas crónicas proceden de mis años de estudiante; otras, del proceso mismo de la guerrilla revolucionaria entre los años 1960 al 1977.”

Sobre Fruto Vivas, militante del PRV, guerrillero de la FALN, hemos tomado la reseña que hace la Editorial «El Perro y La Rana», de este tachirense que partiera a otro plano de la vida.

«Es considerado uno de los más destacados arquitectos venezolanos por la trascendencia y versatilidad de sus diseños arquitectónicos, mediante los cuales ha contribuido de manera audaz y significativa a la arquitectura contemporánea. Sus Árboles para vivir, proponen un novedoso e ingenioso sistema para el rendimiento de los materiales, mediante el cual se obtiene una inigualable armonía con el ambiente. A partir de 1955 inicia una carrera ininterrumpida de éxitos entre los que destacan: el Club Táchira (Caracas), enmarcado dentro de la llamada arquitectura populista venezolana; el hotel Moruco en Santo Domingo, (Mérida), y el Pabellón de Venezuela para la Exposición Universal de Hannover (2002). Ha sido nombrado profesor honorario de la Universidad de Los Andes: Centro Occidental Lisandro Alvarado, Santo Domingo, Veracruz y Cuzco. En 1987 recibió el Premio Nacional de Arquitectura de Venezuela».

Entre otras obras conocidas tenemos; Iglesia de Santa Rosa, Valencia; Museo de Arte Moderno, Caracas; Iglesia del Santo Redentor, San Cristóbal; Iglesia de la urbanización de Zapara, Maracaibo. Hotel La Cumbre, Ciudad Bolívar; Pabellón Venezolano en Hannover Expo, Proyecto para la sede de la ONG Vidas Recicladas en Santos, Brasil;  La Flor de los Cuatro Elementos, Caracas y el Mauseleo del comandante Hugo Chávez en el Cuartel de la Montaña, entre otras.

Dejamos un pasaje del libro, en la pluma del propio Fruto Vivas:

‘.
MARARITO. LOS PRIMEROS PASOS DE LA LUCHA ARMADA, 1960.

Donde ronca tigre no hay burro con reumatismo.

Al inicio de los años 60, el Partido Comunista de Venezuela organiza en muchos campos del país los Frentes por el Derecho al Pan, para luchar por la tierra. Uno de esos frentes quedaba en un poblado cerca de Ocumare del Tuy en el estado Miranda. El camarada Villa Paredes, del radio de Petare, nos informó que en el poblado de Mararito unos doscientos campesinos tomaron una hacienda abandonada y crearon un Frente por el Derecho al Pan. Había que formar brigadas urbanas para solidarizarse con ellos.

En la escuela de Arquitectura de la Universidad Central de Venezuela habíamos construido una unidad o taller de arquitectura denominado Taller 8, cuyo programa, para el momento político que vivía el país, era la reforma agraria, meta de algunos partidos políticos. Hicimos una asamblea en el Taller 8 que tenía unos cincuenta alumnos de arquitectura y propusimos que profesores y alumnos nos fuéramos los fines de semana a colaborar con los campesinos. Aún no se habían formado los campos guerrilleros. Y fue así como llenamos nuestros morrales con hamacas y comida y en una romería de carros llegamos un sábado a Mararito, la hacienda que había sido ocupada por los campesinos, y nos reunimos con ellos para programar nuestro trabajo solidario. Inspeccionamos la hacienda y descubrimos un antiguo tejar con un horno abandonado, esa fue nuestra primera tarea: limpiar el sitio del horno, buscar la mina de barro para hacer ladrillos, tejas y losetas para que los campesinos reaprendiesen esas técnicas, así como caldear el horno, acomodar los ladrillos y comenzar las quemas en horno pampa, como se llama. Construimos con bambú un pequeño taller y en trabajo compartido con los campesinos techamos nuestro “campamento-taller”.


Eran tiempos heroicos marcados por la epopeya de la Revolución Cubana que ya cumplía tres años, y nuestra meta política era crear una comunidad autónoma al estilo socialista, donde todo fuera de todos. Los sábados hacíamos reuniones de toma de conciencia y de tareas organizativas para poner en producción la hacienda.


Un domingo reunimos a todas las familias y en un área propuesta diseñamos el poblado. Para consolidar la ocupación llevamos a un viejo camarada, de los primeros comunistas, de una gran sabiduría y experiencia, para que orientara a los “aprendices de brujo” que éramos nosotros. Hicimos un acto simbólico de fundación del poblado sembrando un árbol —un samán— y una bandera.

El camarada nos dio una extraordinaria lección: todas las comunidades campesinas de la región pertenecían a un movimiento llamado “La hoyonera”, que había sido dirigido por un campesino comunista llamado Manuel Ramón Oyón, ya fallecido. Nos cuenta el camarada que el propósito de Oyón era que todos los campesinos tuvieran tierra, que esto no era una revolución comunista sino una revolución agraria, tierra para todos, pero tierra en propiedad, no colectiva. Nosotros, envenenados por un ultraizquierdismo, soñábamos con las primeras comunas colectivas y Manuel Ramón Oyón, líder campesino y comunista, pensaba en algo más realista, tierra para todos pero en propiedad para cada uno. A los campesinos no nos costó nada convencerlos porque todos eran de “La hoyonera”, así que la primera decisión fue repartir la tierra en parcelas iguales para cada campesino.

Un sábado llegamos todos los estudiantes y profesores con el camarada asesor y nos encontramos que los dueños habían traído unas quinientas reses a la finca para recuperarla, ya que la Ley de Reforma Agraria no permitía ocupar haciendas en producción. Llegaron los vaqueros y los ordeñadores, y los campesinos se quedaron con nosotros reunidos como mirones en un momento de gran desencanto.


Por la noche el líder campesino Vitelio se nos acerca a mí y al viejo camarada, y nos dice en secreto: —No se preocupen, que mañana no amanece ni una sola res en los potreros. Efectivamente, al amanecer, desde lo alto del campamento divisamos que en toda la hacienda no había reses. ¿Dónde se fueron? Vitelio con su picardía expresó una sentencia del decir popular:


—“Donde ronca tigre no hay burro con reumatismo”. Este es un secreto pero a ustedes se lo voy a decir: pasamos la noche recorriendo todos los postes de la cerca y les untamos manteca de tigre, porque nosotros sabíamos que las reses le huyen al tigre; así que les dejamos abiertos los portones y se fueron por las calles del pueblo de Ocumare, las cuales amanecieron llenas de ganado, con camiones de la Guardia Nacional arreándolas, pero sin poderlas meter en la hacienda.


Al mediodía llegaron a la hacienda más de cuarenta soldados de la Guardia Nacional, fusil en mano, y se formaron al pie de un samán, frente al campamento; desde allí llamaron por megáfono a Vitelio, que era el líder campesino. Los otros campesinos, más de doscientos, casi todos vestidos de blanco por ser domingo, machete en mano hicieron lo mismo del otro lado del samán.

Era una escena cinematográfica, el comandante de la Guardia llamó a Vitelio y ambos avanzaron serenamente hasta el pie del samán sin decir una sola palabra.


De pronto, Vitelio alzó el machete y de un solo tajo cortó una gruesa rama del samán; todos los campesinos alzaron sus machetes, y el comandante, sin decir una palabra, sabiendo que no podía hacer nada —cuarenta fusiles y una pistola contra doscientos machetes— dio orden de retirada y todos los campesinos blandieron sus machetes unos contra otros en una hermosa algarabía.


Se había ganado una primera escaramuza revolucionaria apoyada por el arma más poderosa del pueblo: el saber popular.

Nota: los campesinos conquistaron la tierra repartida en parcelas y una valiente camarada estudiante de arquitectura, Beatriz Hidalgo, se quedó a vivir con ellos; periódicamente viajábamos a llevarles armas, para crear las unidades armadas de autodefensa, en caso de agresión. Así comenzó la epopeya de la lucha armada. Acciones similares sucedieron en todo el país.


La reforma agraria fue un estruendoso engaño político, hoy hay una luz en el horizonte con la política de dar todo el poder al pueblo y con la creación de los consejos comunales. Les toca a los campesinos organizar y hacer verdad ese poder.


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